Con los aprendices de sociólogos políticos ocurre lo mismo. El presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, es uno de ellos. Podría decirse que no dicen nada, sólo examinan lo que creen que la gente quiere que les diga, y naturalmente, suelen buscar la respuesta allá donde no deben. Sin ir más lejos, en los medios informativos.
De los amantes de la sociología política puede decirse que no tienen otra idea que barajar las ajenas, tarea siempre costosa y arriesgada. Por ejemplo, si el Partido Popular se hubiera mantenido en su defensa del tratado de Niza y en su crítica la texto de Giscard dEstaing, ahora serían los grandes triunfadores en campo ajeno, en Francia y en Holanda. Pero tuvieron miedo a ser tildados de antidemócratas, y cayeron en la trampa del Gobierno Zapatero: Votar no es votar fascismo. Ahora que socialitas y comunistas franceses han votado no y han ganado, y han puesto a Chirac contra las cuerdas, más de uno debe de estar mesándose los cabellos en Génova 13.
Y son los complejos los que han llevado al Partido Popular a aceptar un borrador del nuevo Estatuto catalán que no hace sino otorgar razones a las aspiraciones de nacionalistas vacos o catalanes. Ya hemos informado del grito, más bien alarido, que diera el presidente Francisco Camps, quien exigía en Madrid el mismo grado de autonomía que Cataluña. De hecho, ya ha conseguido trocear la administración tributaria. En otras palabras, Rajoy sigue jugando a ser más descentralizador que nadie, cuando su electorado le está pidiendo todo lo contrario.
Es el complejo centro reformista, que contradice el viejo refrán español: Más vale ponerse una vez colorado que ciento amarillo.
Eulogio López