El catedrático Vives Antón, (coordinador del libro Derecho Penal II. Parte Especial, uno de los textos más utilizados por los estudiantes de Derecho españoles), no está de acuerdo con que la bigamia sea delito. A mí me ocurría lo mismo de joven, e incluso aportaba un argumento formidable: en la variedad está el gusto.
Pero, al parecer, si uno escribe tratados de derecho penal, debe aportar argumentos más profundos, más tediosos, más pelmas. Por ejemplo, el susodicho volumen, obra de distintos autores bajo la dirección del señor Vives, afirma que no queda claro quién es el sujeto pasivo, es decir, el damnificado, ni el bien jurídico protegido, más allá de una concepción monogámica de la sociedad, que asume el Estado y que no se comprende muy bien si hay consentimiento por parte de todos los involucrados. Ya lo decía Luis Eduardo Aute: Una de dos, o me llevo a esa mujer, o te la cambio por dos de quince si puede ser. O sea, verbigracia, que yo consigo a dos señoras a las que no les importe compartir varón, oye y si hay consentimiento por las partes, pues mira tú que bien: A quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga.
Es decir, que contamos con unos libros de texto de lo más progresistas, e incluso aclaran que su despenalización de la bigamia recorre el camino opuesto, si ustedes me entienden: uno con dos vale, pero una con dos también. Ante todo igualdad, aunque sea igualdad en la necedad.
En el fondo, nuestros catedráticos se sitúan justo en la corriente dominante del progresismo : no es que no existan verdades absolutas, es que no existen ni los hechos. Por ejemplo, ¿cuál es el bien protegible? Uno juraría que el matrimonio. Pues no, el matrimonio, al parecer, no existe, y si existe, no es un bien protegible. Lo único que existe es la libre voluntad de las partes, algo que corre el riesgo de ser confundido con los deseos de las partes. Pero es no es la cuestión principal: la cuestión principal es que, lisa y llanamente, los hechos no existen.
Y nuestros sesudos académicos no se quedan ahí. Aseguran que si la bigamia sigue constituyendo un delito, ello es debido a que, en el fondo, subyace una concepción mojigata del derecho, que sólo puede satisfacer a aquéllos que creen que el derecho es un conjunto de normas para castigar conductas. Lo de mojigata es ya casi definitivo, y le otorga el calificativo de progresista a marchas forzadas.
Uno pensaba que los códigos de derecho penal eran para castigar las conductas dolosas, pero ahora resulta que la única conducta dolosa que existe es forzar a alguien a hacer algo. Lo que importa es la libertad, no los hechos ni los principios. En principio suena buen. Sin embargo, medio segundo más tarde surgen las dudas: si el único delito es la coacción, ¿no estará delinquiendo quien me obliga a pagar impuestos? ¿Y a cumplir las normas de tráfico? ¿Y a respetar la vida ajena? ¿Y trabajar todos los días de la semana? ¿Y a cobrar una determinada cantidad cuando yo quisiera cobrar el doble? ¿Y a vivir? ¿Y a morir?
Lo peligroso no es que esto lo diga el mariachi del Sr. Vives Anton, ni que se lo aprendan los aspirantes a juristas, sin que el señor Vives respete su libre albedrío : es decir, si no se aprenden su libro, les suspende, atentando así contra su derecho a aprobar y contra su libertad para desarrollar su propio código penal y su propia concepción del delito. No, lo peligroso es que cuando una chifladura como la antes expuesta figura en los libros de texto, insisto lo más políticamente correcto que existe, es porque ha sido aceptada por una buena parte de la sociedad.
¿Qué es lo políticamente correcto? Pues lo que figura en los libros de texto, claro está. O sea, que somos una sociedad un poquito majadera.
Chesterton decía que el matrimonio es un duelo a muerte que ningún hombre de honor debe rehusar. Pero, claro, Chesterton no era tan moderno como Vives Antón, y seguramente le hubiera parecido excesivo, hasta para un hombre de honor, cargar con dos esposas. El humorista Forges dibujaba al dueño de un harén, echado en el extremo de un anchísimo catre, en el que varias decenas de hembras gordísimas parloteaban sin cesar, mientras el esposo polígamo, a quien sin duda nuestro Vives Antón hubiera aplaudido, rezongaba: Si se callaran un minuto yo al menos podría decirles que les amo.
Eulogio López