Sr. Director:
Cuando los llamados antifascistas salen a la calle y rompen, golpean y amenazan a todo bicho viviente, en cierta prensa, en ciertas personas (personajillos) y en ciertos gobiernos (peligrosos) se deja nacer una sonrisa (leve siquiera), pero que denota simpatía y, en el fondo, un baboso recochineo. Se piensa que son bravuconadas de unos jovencillos que defienden la democracia (¿qué democracia?) y que, como jóvenes que son, a veces se exceden en sus acciones. Pero sin cuidado.
Los demócratas creemos que esos antifascistas son tan peligrosos como los fascistas a los que supuestamente quieren borrar del mapa. Todas las dictaduras son malas. Se trata de una majadería tan simplona que siempre empleamos los aburridos escribanos y leen los aún más tediosos lectores.Si de verdad existiera una democracia sana, robusta y cuerda (sobre todo cuerda), a esos jóvenes demócratas se les calificaría como lo que son: vándalos. Unos y otros se necesitan, los dos bandos, por siempre jamás. Siempre ha sido así. Los politólogos descubrieron esa cruda verdad y la misma es silenciada para que el borreguismo siga implantándose.
Comunismo y fascismo (toca rasgarse las vestiduras) son igual de malos. Muy malos. Gangrenosos.
Mientras una sociedad sin suficiente masa gris siga creyendo que enarbolando la hoz y el martillo se defiende la democracia occidental, entonces es que todavía la educación democrática está por llegar.
Fascismo, comunismo, nazismo. Tres grandes males del pasado siglo XX. Y no me olvido del nacionalismo radical, que hoy destroza, deshuesa y rasguña las entrañas de España, o sea, la España de 1978.
Lorenzo de Ara
aracipriano@hotmail.com