Una mujer candidata a la Moncloa es el sueño de todos los estrategas de partido, especialmente de los del PSOE y de los del PP. En la formación de Rajoy apuestan por Esperanza Aguirre, mientras en el PSOE el lobby feminista quiere que Fernández de la Vega suceda a Zapatero, quien ha calificado a De Palacio como una mujer extraordinaria
Conocí a Loyola de Palacio (1990) cuando era una diputada encargada de los créditos FAD, instrumento que el Felipismo utilizó con peligrosa eficiencia ideológica y mejor eficiencia económica (para el PSOE, digo). Entró en la habitación y me espetó: el titular es Hay mucho alto cargo de turismo por el mundo. Como uno es muy celoso de su independencia profesional titulé de otra forma, pero debería haberlo hecho con esa frase: resumía a la perfección lo que estaba trabajando.
Aún en la oposición le tocó enfrentarse a José Borrell, actual presidente del Parlamento europeo, y uno de los socialistas más obsesos del anticlericalismo. En tono paternalista, y supongo que algo machista, se puso a recriminar a Loyola. No diga usted mentira, que es pecado y luego tendrá que confesarse. A lo que Loyola respondió: A usted se le conocían muchas inclinaciones, pero la inclinación clerical es nueva. Los rumores que corrían sobre Borrell en aquel tiempo, supongo que falsos, provocaron la carcajada de la Cámara. Nunca más volvió el señor ministro a atacar a De Palacio.
Cuando el PP llega al poder, Los nuevos ministros entran en el salón del Consejo de Ministros. Loyola luce la correspondiente cartera de responsable del Ministerio de Agricultura. Se dirige a un viejo amigo del partido, por más señas periodista, y le dice:
-¡Coño, felicítame!
A lo que el aludido respondió:
-¿Estás segura?
Como ministra se dejó caer por Bruselas cuando arriesgaban los ataques de agricultores franceses a camioneros en España, mientras la policía gala miraba hacia otro lado o colaboraba con los bandidos. Se llevó una caja de fresas de Huelva y ofreció un soberbio ejemplar al ministro de Agricultura francés. Ante la renuencia inicial de ése a probar tan sabroso fruto, a punto estuvo Loyola de metérselo en la boca.
Más tarde se marchó de vicepresidenta primera a la Comisión Europea, responsable de Transportes, Energía y Relaciones con el parlamento, bajo la égida de Prodi, un político a quien definía de la siguiente guisa. Todo un italiano. Cinco veces ministro y o pertenece a ningún partido. Jamás había escuchado una definición más adecuada del sinuoso Prodi, tan europeísta que acaba de cerrarle el paso a Abertis en las autopistas italianas.
Cuando al poco de llegar a la capital comunitaria le preguntaron cuál era su política para el parlamento, respondió: suprimir una del sus dos sedes (Bruselas y Estrasburgo). No pudo hacerlo, pero hubiera resultado una medida verdaderamente revolucionaria.
Otra característica de Loyola era su austeridad. En Bruselas vivía en un hotel y al final alquiló un apartamento que compartía con su hermana Ana, entonces ministra de Exteriores.
En Energía, tuvo claro desde el primer momento que el problema era Francia, que ni liberalizaba ni privatizaba sus gigantes energéticos, especialmente la nuclear EDF. No pudo doblarle el pulso a los franceses tarea prácticamente imposible-, pero hoy todo el mundo sabe que el problema de la energía europea era, y es, París. Tanto en Energía como en Transportes, nadie tuvo una visión tan paneuropea como esta patriota española, que nunca soportó a los nacionalistas vascos.
Seis años atrás le hice una entrevista para un semanario. Me había citado en el Aeropuerto de Bilbao. Llegó acompañada de un pequeño séquito. Por la pista del aeródromo pude contemplar el siguiente espectáculo : una comitiva se aproximaba hacia la sala de autoridades, formada por tres hombres perfectamente trajeados y dos señoras vestidas de alta costura y que milagrosamente conseguían que ni se les moviera un cabello del regular tocado. Todos ellos rodeaban a una figura embutida en una gabardina-Colombo (que, por cierto, tenía un agujero que hubo que tapar en las fotografías). Pues bien, la de la gabardina, era la vicepresidenta de la Comisión Europea, doña Loyola de Palacio. Era la misma persona a la que se escuchaba con el mayor de los respetos cuando hablaba de planificación energética en el Continente, o de las grandes vías de transporte paneuropeas o de déficit democrático en la Unión Europea y de las necesidades de la ampliación que hoy tenemos encima.
Pasó un año y me tocó verla en Madrid, en la Delegación en España de la Comisión y el Parlamento europeos, ubicada en el Paseo de Castellana. Le comenté los rumores que corrían en los corrillos madrileños sobre el sucesor de Aznar, carrera en la que según algunos altos cargos del partido la situaban junto a Mariano Rajoy, Jaime Mayor Oreja y Rodrigo Rato. Se extrañó sinceramente, y dijo que era la primera vez que lo había oído. Estoy seguro de que era sincera. En su modestia, siempre se consideró un apoyo de Rodrigo Rato, curiosamente lo mismo que ocurre hoy con la única mujer de la derecha española que podría convertirse en la primera presidenta del Gobierno de España, Esperanza Aguirre, a quien todo el mundo considera la representante del director general del FMI en la política española.
Rajoy no se portó bien con De Palacio, porque la consideraba un rival peligroso. Una tontería, porque las críticas internas nunca le han llegado de los habitáculos de Loyola de Palacio, un personaje jovial más amigos de enfrentamientos públicos que de calumnias privadas. Además, no le gustaba lo que el gallego califica como fundamentalismo de Loyola, en referencia a una serie de principios por los que De Palacio nunca transigió: por ejemplo, nunca transigió con el aborto.
Cuando, en la mañana del lunes, la vicepresidenta primera del Gobierno Zapatero, habló de que Loyola era una mujer extraordinaria tuve la sensación de que a la fallecida no le hubiera gustado la denominación. Hubiese preferido que hablaran de persona extraordinaria. Nada más lejos del feminismo excluyente que Loyola de Palacio. El amazonismo le parecía una solemne tontería.
En cualquier caso, la muerte de Loyola de Palacio vuelve a poner sobre el tapete, aunque sea a modo de recordatorio, el empeño de la izquierda y la derecha en conseguir que una mujer se convierta en presidente del Gobierno de España. Un movimiento que no es propiedad, al menos no sólo, del feminismo. Sencillamente, tanto el PP como el PSOE sienten la tentación de colocar a una mujer en la cancillería, la primera presidenta de la historia de España.
Ahora mismo, en el PP sólo disponen de la precitada Esperanza Aguirre. Uno de los abanderados de esta solución es el asesor, Pedro Arriola.
En el PSOE, por el contrario, no dudan. El lobby feminista de Zapatero considera que la candidata idónea es la también precitada Teresa Fernández de la Vega, vicepresidenta primera del Gobierno, muy popular en la encuesta. De hecho, el lobby feminista del PSOE, generalmente muy sumiso a las directrices del Partido (y del que forman parte todas las ministras del Gabinete, además de Carme Chacón, vicepresidenta del Congreso) se rebeló contra la posibilidad de que De la Vega se fuera del Gobierno para dar la batalla por el Ayuntamiento de Madrid.
Eulogio López