Como tantas otras cartas que le he escrito en el pasado, ésta también pudo haber sido de carácter estrictamente privado.
Sin embargo, deseaba hacer pública mi cercanía espiritual y, de un modo muy especial, mi gratitud por todo lo que ha supuesto este periodo en la historia de nuestra familia religiosa especialmente para usted.
Me mueve a ello el ser testigo directo de todo lo que usted y los demás superiores han hecho y siguen haciendo por nosotros y por tantas otras personas, no sólo para transmitirnos con claridad y caridad los hechos tristes y siempre reprobables en la vida del fundador, sino también para acompañarnos y motivarnos para ser fieles al llamado recibido de Dios nuestro Señor.
En los meses anteriores usted ha respondido a mis correos electrónicos, a mi correspondencia epistolar, a mis preguntas personales e incluso tuvo el noble detalle de llamarme por teléfono para preguntarme cómo estaba. No somos pocos en la Legión de Cristo y tampoco son pocos sus compromisos. Pero quiso llamarme, ha querido responderme y salir al encuentro. Yo he sido testigo de ello y le agradezco infinitamente.
En el último año y medio se han manejado todo tipo de versiones respecto a la Legión de Cristo y ahora mismo se proyectan otra gran cantidad de cavilaciones sobre nuestro futuro. Sólo el Señor sabe cuánto sufrimiento ha habido también en nuestras almas, en nuestros corazones, y cuánta soledad humana, aunque siempre con la compañía de Jesucristo, que es al único que necesitamos para seguir adelante. Gracias a Dios, estamos en Sus manos, por medio de su Vicario, y eso es lo que nos da paz.
Las palabras del Papa hacia la Legión han sido y siguen siendo una motivación para asirnos todavía más a la roca de Pedro. Qué significativa ha sido la presidencia del Santo Padre en las recientes reuniones de los visitadores en el Vaticano, más cuando no estaba prevista. La presencia de Benedicto XVI pone de manifiesto el vivo interés del Papa hacia nosotros.
No le puedo ocultar que en algún momento (ya superado) el coraje inundaba el corazón porque muchas de las palabras que escribían o decían algunos periodistas y otras personas no reflejaban la verdad acerca de la realidad que, al menos yo, he podido constatar personalmente dentro de la Legión de Cristo.
Me causaban especial tristeza las acusaciones contra su persona, contra algunos cardenales, incluso contra el Papa, y la construcción de otras leyendas como nuestro supuesto patrimonio multimillonario, entre tantas otras cosas. Era penoso no encontrar en todas esas afirmaciones más pruebas que las suposiciones, los juicios de valor, el decir que otros dicen, la facilidad al prejuicio, a la descalificación y al estigmatizar a personas por el sólo hecho de estar cercanos a la Legión de Cristo, tanto eclesiásticos como familias con derecho a la honra, pero sin pruebas contundentes que avalaran las afirmaciones. Parecía que el prejuicio negativo fuera la regla válida y aceptada si se trataba de nuestra congregación.
Con el pasar de los meses ese coraje se ha convertido en oportunidad para la oración. Es en el Sagrario donde Dios da las respuestas y nos da su fuerza para mirar el futuro con esperanza, no en la prensa.
Hace poco leía el libro el El don de la paz, del cardenal Joseph Bernardin. Tras leerlo, he sentido compasión por todos esos periodistas que necesitan hacer carrera a costa de titulares y noticias, o a los que el devenir de la información -y en algunos casos también la deficiente formación- arrastra a construir historias y a dar por ciertas las propias fantasías que, hechas hacia otros grupos humanos, les podía haber arrojado una demanda judicial por perjurio, calumnia, agravio y difamación. Ahora rezo por ellos pues son almas que el Señor quiere que vayan al cielo. Algunos, además, aman verdaderamente a la Iglesia y quieren también nuestro bien. A no pocos los conozco por el trabajo apostólico que un servidor realiza en diversos medios de comunicación y les agradezco tanto su amistad y cercanía; tanto ellos como otros no conocen todo el contexto en el que se desarrollaron muchos de los hechos ahora conocidos, el itinerario de vida de usted y otros sacerdotes ejemplares, ni las circunstancias vividas dentro de la Legión antes y ahora.
He pensado en todas esas personas que sufren por lo que la Legión de Cristo en particular, y la Iglesia en general, están afrontando. Como lo ha expresado el Papa en su carta a los irlandeses, merecen todo nuestro respeto, cercanía y, especialmente, nuestro testimonio de fidelidad y santidad. Pienso en las víctimas de los abusos de Marcial Maciel y en otras víctimas de otros clérigos. Sólo puedo ofrecerles mi oración sincera y mi cercanía de hermano en la fe. Sufrimos con ellos porque somos parte del mismo cuerpo místico de Cristo.
Y también pienso en mis hermanos legionarios, en las señoritas consagradas y en todos esos seminaristas, religiosos, religiosas y sacerdotes a los que hoy se les denigra por el sólo hecho de ser aquello que son. Precisamente en el contexto del año sacerdotal.
Cuánto me han ayudado esas palabras de aliento que el Papa redactó en su carta a los irlandeses y cuya validez y resonancia es universal porque nos llega y toca tanto a quienes hemos sufrido pero queremos seguir respondiendo a Dios, a la Iglesia, a cada alma encomendada con nuestra fidelidad:
Todos nosotros estamos sufriendo las consecuencias de los pecados de nuestros hermanos que han traicionado una obligación sagrada (). A la luz del escándalo y la indignación que estos hechos han causado, no sólo entre los fieles laicos, sino también entre vosotros y vuestras comunidades religiosas, muchos os sentís desanimados e incluso abandonados. Soy también consciente de que a los ojos de algunos aparecéis tachados de culpables por asociación, y de que os consideran como si fuerais de alguna forma responsables de los delitos de los demás. En este tiempo de sufrimiento, quiero dar acto de vuestra dedicación como sacerdotes y religiosos y de vuestro apostolado, y os invito a reafirmar vuestra fe en Cristo, vuestro amor por su Iglesia y vuestra confianza en las promesas evangélicas de la redención, el perdón y la renovación interior. De esta manera, podréis demostrar a todos que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (cf. Rm 5, 20).
() Por encima de todo, os pido que seáis cada vez más claramente hombres y mujeres de oración, que siguen con valentía el camino de la conversión, la purificación y la reconciliación. De esta manera, la Iglesia () cobrará nueva vida y vitalidad gracias a vuestro testimonio del poder redentor de Dios que se hace visible en vuestras vidas.
Soy Legionario de Cristo desde hace 9 años. Estoy orgulloso de serlo, de que el Señor me haya llamado a esta familia religiosa donde yo aprendí a amarlo a Él, a su Iglesia, a las almas, a cada alma. Soy un milagro de Dios porque cada vocación lo es.
Una vez más, padre Álvaro, gracias por enseñarnos que con humildad y caridad podemos mirar con fe y esperanza el futuro. Usted repite frecuentemente aquel lema pontificio de Juan XXIII Obediencia y paz. Y ya estamos viviendo esa paz porque vivimos en obediencia a lo que el Señor nos está pidiendo en estos momentos de nuestra historia. Así, el futuro no es incierto porque sabemos de antemano que acogeremos con amor lo que Dios nos diga a través del Papa. ¿Y puede haber mayor paz que la de caminar al paso de la Iglesia, de la mano del Vicario de Cristo?
La oración colecta del día de hoy decía: Señor nuestro, que nos has dado la libertad y la salvación por medio de la sangre de tu hijo, concédenos vivir siempre para ti, y en ti encontraremos la felicidad eterna. Justo hoy el Señor nos recuerda para quién vivimos y cómo, en la medida que vivimos para Él, seremos felices, como de hecho ya lo somos tantos a los que Dios nos ha llamado, encontrado y recibimos ejemplos luminosos de vida sacerdotal como el suyo. Le pido su bendición y cuente siempre con mis oraciones.
Afectísimo en Jesucristo:
Jorge Enrique Mújica, LC