Durante un desayuno con periodistas celebrado la pasada semana en el madrileño Hotel Eurobuilding, Alfonso de Salas habló más de los Albertos que de El Economista, y les llamó de todo menos bonitos. Era una forma de escenificar que El Mundo está contra los Albertos, y a Pedro J. Ramírez no le gustó. Tampoco a los socio mayoritarios italianos, Rizzoli, que por el momento se niegan a participar en el accionariado de El Economista.
Desde luego, si hay algo deseable, y hasta morboso, en el periodismo occidental es que surja un periódico dedicado a la investigación en el terreno económico, pero su independencia queda en entredicho desde el momento en que esté ligado a grupos empresariales de cierta enjundia y a medios de información general. Puede resultar una contradicción in terminis. Los compromisos económicos de El Mundo, o bien los compromisos económicos de los constructores accionistas, podrían ahogar la autonomía de los redactores. Hoy por hoy, la única independencia frente a los poderes económicos es Internet, por la universalidad de la Red y por el diminuto tamaño de las empresas periodísticas que pululan por ella.