La nueva ley del presidente francés, Emmanuel ‘Lolito’ Macron, es una trampa. Se supone que es una ley anti-islámica y por la laicidad, pero los que han protestado son los católicos, protestantes y ortodoxos, las tres grandes confesiones cristianas.

Y esto porque se trata de una trampa: con la excusa de prohibir medidas islámicas como la poligamia o los crímenes islámicos, como las mutilaciones sexuales o la incitación al fanatismo terrorista entre los adolescentes, la ley Macron contra el islamismo proclama dos principios: la religión desaparece de la vida pública y de, ojo, los empleados públicos y Cristo desaparece de las escuelas. Todo ello bajo el espíritu Macron del derecho republicano a la blasfemia.

En teoría, la ley sólo pretende prohibir o limitar cosas como el velo islámico… pero también prohíbe -o puede prohibir, que está en elaboración- que todo funcionario lleve colgado al cuello un crucifijo o una medalla de la Virgen. Eso sería evangelizar y ofender al muy laico ciudadano que tiene enfrente.

Los padres no sólo deben tener derecho a criar a sus hijos, sino a educarlos y formarlos según sus convicciones

Naturalmente, la perversión de la infancia está presente en la norma de Lolito Macron: el espíritu de la norma es que en las escuelas no se podrá ofrecer ningún tipo de mensaje religioso o sencillamente trascendente, dado que la prioridad pedagógica consistirá en formar ciudadanos “republicanos”, es decir, ateos confesos.

En el fondo, el actual laicismo occidental repite los parámetros del Régimen soviético en materia religiosa: ya saben en la antigua URSS se podía profesar cualquier credo religioso. Vamos que puede usted creer lo que quiera (¿cómo podría el poder evitar que yo crea lo que me venga en gana?) con tal de que no haga “propaganda”. Es decir, con tal de que no lo exprese en público. Todo muy laico y muy democrático… y absolutamente liberticida para los cristianos, que no podrán expresar lo que piensan o lo que sienten, ni participar en los sacramentos.

Veamos: la trampa consiste en defender la libertad religiosa -la que no se puede conculcar- y al tiempo sabotear la libertad de culto. Reza, pero en lo más oculto, no en público.

Es la misma diferencia que existe entre la libertad de pensamiento y la libertad de expresión. Ningún tirano puede suprimir la libertad de pensamiento, al menos no en todos, porque no puede impedir que se piense.

Y en educación lo mismo: los padres no sólo deben tener derecho a criar a los hijos, sino a educarlos y formarlos según sus convicciones. Es decir que la llamada escuela laica atenta contra la libertad de enseñanza. No es el Estado quien educa los niños, sino los padres.

No olviden que cuando no se educa en ningún credo se está educando en el ateísmo… o en la indiferencia, que es peor

Además, no olviden que no formar en ningún credo es formar en el ateísmo o en la indiferencia, que es peor.

Por eso, el presidente de la Conferencia Episcopal frances y arzobispo de Reims, Eric de Moulins-Beaufort, le ha recordado a Macron que “hombres y mujeres tienen una vida espiritual que el Estado no puede controlar ni administrar, una vida de libertad espiritual básica”.

Emmanuel, que no hagas trampas cristianófobas con la excusa de pararle los pies al islamismo radical, que no hay fanáticos cristianos, señor presidente, pero sí hay fanáticos del laicismo. Por ejemplo, usted.

No olviden que no educar en ningún credo es formar en el ateísmo… o en la indiferencia, que es peor.

Lo de Macron es otra norma ‘minuto-de-silencio-aplauso’. Es decir, nadie puede, por ejemplo, santiguarse durante un minuto de silencio. Rompería la armonía del grupo, sería un insulto para los no creyentes. De esta forma, el credo masónico, inventor de los minutos de silencio, se impone a cualquier dogma y silencia todos las creencias. Y luego el aplauso, expresión de humildad vacía, porque nadie sabe a quién aplaude cada cual.