Después de todo, parece que hay justicia en el mundo. De vez en cuando, la coherencia es premiada. La científica Mónica López Barahona ha sido nombrada miembro (que no miembra, porque ya saben ustedes que el Vaticano es un Estado machista) del Consejo Directivo de la Pontificia Academia de la vida.

Con ello se premia la coherencia de esta investigadora, especializada en bioquímica, fiel al principio de que la vida humana comienza con la concepción y termina con la muerte natural. Una proposición en la que, al menos su primer elemento, no es religioso, sino científico... suponiendo que nos pongamos de acuerdo sobre los límites de la religión y de la ciencia, límites, al parecer, poco científicos.

La última obra de Barahona constituye la mejor explicación, y la más divulgativa, que haya leído en los últimos años sobre el secreto de la vida naciente y que aconsejo con entusiasmo. Naturalmente, los progres llevan años silenciando la obra de esta mujer por lo que el libro no ha tenido el eco debido, como no lo ha tenido el trabajo de su esposo, el investigador Mariano Barbacid. Cuando llegó al poder el PSOE, asfixiaron económicamente sus investigaciones sobre el cáncer, al tiempo que el grupo PRISA le condenaba al silencio: el matrimonio Barbacid-Barahona dejó de existir para el mundo.

Pero no se crean que Barahona es una pepera. Todo lo contrario: déjenme que les cuente una anécdota, o algo más, de la nueva directiva de la Academia Pontificia de la Vida.

Ocurrió en el desgraciado mes de julio de 2003, cuando la ministra de Sanidad, Ana Pastor, abre la caja de Pandora: el 25 de julio, Fiesta de Santiago Apóstol, se aprueba el proyecto del decreto por el que los 80.000 embriones humanos sobrantes de la puñetera fecundación in Vitro, se convertían en cobayas de laboratorio, presas a ser eliminadas en nombre de la ciencia.

Pastor, en una de las más repugnantes campañas el aznarismo, miente a la sociedad y convence a muchos católicos, incluso purpurados, de que no hay otro remedio que matar a esos 80.000 seres humanos pequeñitos. Y consigue que algunos de ellos -¡Ay dolor!)) caigan en la trampa o en la cobardía del mal menor. Pero hay dos intelectuales católicos -jurista una, científica la otra- que se niegan a negociar con la vida humana. Se niegan explícitamente a la creación de los nuevos campos de exterminio,  ocultos bajo letreros que hablan de investigación puntera. Capitaneados por Bernat Soria quien, naturalmente, como todo su mariachi, no ha logrado curar ni un resfriado con su portentosa biotecnología punta aunque, eso sí, se ha cargado a mucha gente.

La científica coherente era Mónica López Barahona, la jurista coherente era la recientemente fallecida Dolores Vila-Coro. Dos señoras con dos narices.

Eulogio López

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