• Incluso en un imperio de ateos, el hombre muerto es sagrado.
  • Los más materialistas empiezan a respetar al hombre cuando se convierte en desperdicio, cuando muere.
  • La vida eterna es más que posible: es probable y es lo lógico.
"Un hecho extraño y divertido es que incluso los materialistas, que creen que la muere no hace otra cosa que transformar a un semejante en un desperdicio, sólo empiezan a reverenciar a ese semejante precisamente desde el momento en el que se trasforma en desperdicio". Son palabras, cómo no, del maestro Chesterton. La vida es eso que viene antes de la muerte. El hombre se pasa toda la vida pendiente de esa pregunta: ¿Qué ocurre más allá de la muerte? Y entonces es cuando el ateísmo entra en crisis. Porque, como recuerda el mismo autor, "incluso en un imperio de ateos el hombre muerto es sagrado". Es más, los arqueólogos consideran que la civilización comienza cuando se empieza a enterrar al difunto, y, de una forma u otra, a otorgarle culto. ¿Culto a qué? ¿A un desperdicio? Y luego está el problema del sueño. Creyentes y ateos hacen un acto de fe supremo cada noche, cuando se acuestan: "abandonamos nuestra identidad,  entregamos nuestra alma y nuestro cuerpo al caos y la antigua noche". Confiamos, en suma, en que no es el final: "Nos descreamos, como si estuviéramos en el fin del mundo. Para todos los fines prácticos nos convertimos en muertos, con la esperanza firme de una resurrección gloriosa". En el fondo, todo ateo es un cristiano clandestino. Eulogio López eulogio@hispanidad.com