• Que no se trata de copar cargos, sino de hacer santos.
  • De la crisis de los curas a la crisis de los laicos.
  • En concreto, de los movimientos laicales, que se han clericalizado y politizado.
Antaño, el clero secular se relajaba y el regular se mantenía santo. Ahora es al revés: la crisis de las órdenes religiosas ha sido feroz tras el Concilio Vaticano II. Pero lo importante es la raíz del asunto: la perversión de las órdenes clericales consiste en ser poco obedientes (poco clericales) y la perversión de los movimientos laicos consiste en hacer demasiado clericales, en politizarse. Los de los frailes siempre se llamó soberbia, y los malos movimientos eclesiales (no necesito poner ejemplos, ¿verdad?) siempre se llamó… soberbia. Da la impresión de que los cargos importan más que la santidad de la gente. El clérigo no quiere obedecer porque el voto de obediencia es mucho más puñetero que el de pobreza y el de castidad. O sea, algo parecido a lo del PSOE post-Sánchez, donde nadie quiere obedecer. Y de la crisis de los curas a la crisis, más peligrosa aún, de los católicos laicos. El siglo XX ha sido el del nacimiento y culmen de los llamados movimientos, es decir, del papel de los laicos. El Opus Dei puede no considerarse un movimiento, pero lo cierto es que les representan a todos y es el origen de todos: significa la irrupción del laicado en la vida eclesial. Pues bien, el problema de los movimientos laicos es que se vuelvan clericales, no eclesiales, y que al tiempo que se clericalizan, se politicen. Traducido: algunos movimientos laicales, de pujante santidad durante los últimos años, parecen haberse convertido en partidos políticos que luchan por colocar a los suyos en los más altos cargos. No me refiero a uno: ahora me refiero a todos. Vamos, que tal parece que en lugar de hacer santos prefieren hacer cargos. Eulogio López eulogio@hispanidad.com