El príncipe Salman, mandamás de Arabia Saudí, es todo un demócrata: las mujeres ya pueden conducir en Arabia. O sea, un tipo progresista y muy bien visto en Occidente.

A cambio, en sus ratos libres, Mohamed Ben Salman, es el carnicero de Yemen, el gran comprador de armas en Occidente -con lo cual les tapa la boca- y la esperanza feminista en una apertura del islam que, como se sabe, siempre se ha respetado muchísimo a las mujeres. Es más, la teocracia árabe que es capaz de encarcelar, torturar y asesinar a una persona por el hecho de tener un evangelio –nefando pecado antidemocrático y ligeramente fascista- pero nos ha salido feminista y al feminismo todo se le perdona.

Homicida, traidor, bellaco pero, eso sí, feminista. O sea, un gran hombre

Salman era una grandísimo bellaco pero también un gran feminista. Es más, ha liquidado –política y pecuniariamente hablando- a todos los que le podían hacer sombra para heredar el poder. Todos ellos varones, lo que significa eso: que es un gran feminista.