Desde el Tratado de Maastricht (1992) viene la piedra angular de toda la economía europea, las famosas normas de estabilidad, que pueden resumirse en dos, las más relevantes: que el déficit público no supere el 3% del PIB y que la deuda pública no supere el 60% del PIB. 

Con la pandemia, la Unión Europea acordó que se suprimirían las reválidas anuales que se pasan sobre este marco de estabilidad, hasta 2023.

Pues bien, lo que ahora pide Nadia Calviño, de profesión sus trampas, es que se cambien las normas. La verdad es que el ideal consiste en que un Estado no sufra ni déficit ni deuda públicos. Esto, que nos parece extraño, es lo que hace cualquier madre o padre de familia para llegar a fin de mes. Pero no los políticos irresponsables, a los que les gusta comprar votos con subvenciones, subvenciones que salen de la deuda de hoy que el déficit de mañana.

Ahora bien, ni el déficit español (que en 2020 alcanzó el 10,97% del PIB) ni la deuda pública española, que camina hacia el 125% del PIB, cumplen las dos normas prefijadas.

Pues bien, lo que pretende Calviño no es prórroga la prórroga de la normativa sino, sencillamente cambiar las normas. Habla de simplificar, mentira gorda para que le permitan más déficit y más deuda.

Y es que Christine Lagarde, presidenta del BCE fechó el pasado jueves para Navidad la retirada gradual de los estímulos, es decir, de la compra de deuda pública por parte del BCE. Y eso podría hundir a España. Al menos, a una España subvencionada dirigida por una responsable de Economía tremendamente demagoga, cuyo éxito consiste en regar con dinero público que deberán pagar los españoles privados. Los de esta y los de la próxima generación.

Y, por supuesto, si hay que exigir esfuerzos… pues más impuestos a los ciudadanos.