Sr. Director:

Los centenarios que se están celebrando este año 2018 en Asturias: 1300 años del Reino de Asturias, el segundo centenario de la Coronación de Nuestra Señora (La Santina) y el primer centenario del parque Nacional de los Picos de Europa, está pasando por alto, sin apenas mención, al más ilustre de todos los gijoneses: Melchor Jovellanos, quien nos ha dejado testimonio de su viaje a Covadonga.

Jovellanos aborda la realidad histórica de los acontecimientos de Covadonga no con la crítica del historiador escéptico e iconoclasta, sino desde el punto de vista literario-retórico en dos obras muy importantes como son el drama histórico Pelayo. Y en el Elogio de Ventura Rodríguez una de las piezas clave para entender la prosa del gran orador ciceroniano que fue el piadoso y místico Jovino como se puede verificar en la famosa paráfrasis del salmo, Judica me, Deus.

En Gijón donde trascurre la acción dramática de la muerte de Munuza. En el Pelayo nos presenta Jovellanos según los presupuestos del drama neoclásico de las tres unidades de acción, tiempo y lugar, los acontecimientos de Covadonga (Reconquista), con estas palabras: valientes asturianos, resto ilustre de la terrible y oprimida España, altivos corazones, exceptuado de la ruina común para esperanza de nuestra libertad; vosotros mismos agobiados del peso de las armas, vecinos siempre al jabalí y al oso vivís el horror de estas montañas, libres independientes y tranquilos (…) Es el último instante del peligro. Ya nos vemos en él: está cerrada la puerta a otros recursos. Uno solo nos queda, el lidiar por nuestra patria. Comprando con el resto de las vidas, la muerte o la victoria.

Esta pasión por Covadonga se muestra más realista y contundente en una prosa retórica excepcional como es el elogio del gran arquitecto del siglo XVIII, Ventura Rodríguez, quien fue elegido para construir un templo digno, después del terrible incendio que en el día 7 de octubre de 1777 redujo a cenizas el tradicional templo al que los asturianos tenían especial cariño y devoción. Así describe Jovellanos la visita de su amigo, el genial arquitecto para conocer in situ el terreno: Rodríguez nombrado para esta empresa, vuela a Asturias, penetra hasta las faldas del monte Auseva y a vista de aquellas grandes escenas, en las que la naturaleza ostenta su majestad se inflama en el deseo de gloria y se prepara a luchar con la naturaleza misma. ¡Cuántos estorbos, cuántas y cuan arduas dificultades no tuvo que vencer en esta lucha! Una montaña que, escondiendo su cima entre las nubes, embarga con su horridez y su altura la vista del asombrado espectador; un río caudaloso que, taladrando el cimiento, brota de repente al pie del mismo monte”.

Concluye Jovellanos esta descripción espectacular sobre el paisaje único de Covadonga con una extraña premonición que se está cumpliendo en esto días de peregrinación y devoción hacia la Santa Cueva de la Señora: “¡Oh qué contraste maravilloso nos ofrecerá a la vista tan bello y magnifico objeto (el nuevo templo que proyecta Rodríguez) en medio de una de una escena tan tórrida y extraña! Día vendrá en que estos prodigios del arte y la naturaleza atraigan de nuevo allí la admiración de los pueblos y en que disfrazada en devoción la curiosidad, resucite el muerto gusto de las santiguas peregrinaciones y engendre una devoción, menos contraria a la ilustración de nuestros venideros”.