Sr. Director:

Entre los múltiples beneficios que nos aporta el ejercicio deportivo en la formación integral de las personas, está el denominado espíritu deportivo. El espíritu deportivo implica lucha y superación, honradez y respeto a las reglas del juego limpio, a los compañeros de equipo, a los contrarios y a los árbitros; así como una noble aceptación de la derrota y reconocimiento del vencedor. Sin embargo, y paradójicamente, la disciplina deportiva más popular entre nosotros y seguida fielmente por gente de todas las edades, cuyos mejores practicantes llegan a alcanzar el estatus de auténticos ídolos de masas siendo retribuidos con salarios millonarios, es también la que muestra en la práctica de esa misma elite, un deficiente espíritu deportivo. Y es así, pese a que ya casi todos sus encuentros cuentan con una cobertura de cámaras que captan la realidad de lo que sucede tras cada acción del juego; pero a ellos les sigue dando igual. Ahí continúan con sus simulaciones de siempre y desarrollando un dramatismo y una teatralidad dignos de otros escenarios, con tal de engañar al árbitro, lo que consideran casi un mérito más de este juego. Y lo peor es que no pocas veces son éstas las primeras lecciones que aprenden los niños que les siguen y comienzan a practicarlo. Deberían pensar en ello nuestros idolatrados y privilegiados «actores».