Jorge González es uno de esos viejos párrocos de huesos duros, como el don Camilo de Guareschi, uno de esos  sacerdotes sobre los que descansa la Iglesia. Es un religioso que no ha desertado del clero regular: es que huyó de él, harto de la macedonia mental de su orden, para enfrentarse a la prístina ignorancia clerical de los laicos, un panorama sin duda más halagüeño. Le pusieron al frente de la parroquia Beata Mogas y puso en marcha un economato y, además, una capilla de adoración permanente, que no es una cuestión importante: es la única cuestión importante. Ayer domingo, 5 de noviembre se despedía de su feligresía pues ha sido trasladado Braojos, a 80 kilómetros de Madrid, en la sierra norte. Precisamente, el párroco madrileño se despidió de su feligresía con una súplica: no cerréis la capilla de la adoración permanente. Una de las cuatro, que yo sepa, que funcionan en Madrid Porque la educación eucarística no es que sea importante: es que constituye la clave de nuestro tiempo. Todo lo demás poco importa. Adoración al Santísimo expuesto en la custodia y rezo del Santo Rosario. Hispanidad redaccion@hispanidad.com