El anuncio de la NASA en el que confirma oficialmente la muerte del robot Opportunity tiene su coña: sólo le falta añadir a reglón seguido cuándo será el funeral. ¡Cosas veredes! -expresión del Cantar de Mío Cid, por cierto, no de El Quijote, donde no aparece- o ¡lo que hay que ver!, si prefieren.

Y es que una máquina no muere -lo entiende hasta un niño-, salvo en sentido figurado; se gripa, se estropea y deja de funcionar. Eso es todo, a diferencia del mundo animal. Para la NASA, sin embargo, tan científica como poco humanista, no. Es más: aunque “es una máquina”, “es difícil decirle adiós; es desgarrador” (sic).

El robot de marras, en fin, que operaba en Marte desde 2014, dejó de enviar mensajes a mediados del año pasado, y de acuerdo con una cruel programación humana, ha finalizado su misión.

Eso es todo, salvo que resucite, que puede llegar como promesa científica en cualquier momento. Por ahora, los más dislocados científicos -con tan poco sentido de trascendencia como excesivo sentido de la inmanencia- sólo prometen alargar la vida (cosas del transhumanismo) a los estándares de Matusalén, pero sin referencia alguna al patriarca. Lo de la resurrección, pero sin Dios, ¡qué cosas!, a su debido tiempo.