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La historia de Guy Fawkes se remonta al siglo XVI cuando la Corona española decidió atentar contra Jacobo I, el rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Un rey del que ni los propios súbditos aprobaron su comportamiento como monarca ni la forma de dilapidar a la corona en gastos caprichosos, casi todos ellos relacionados con su amantes -más hombres que mujeres- y la monomanía anticatólica heredada de su predecesora, Isabel I de Inglaterra. El atentado, más conocido como la Conspiración de la Pólvora, fue puesto en marcha por España y Guido Fawkes, nombre de guerra de Guy, fue su intermediario inglés para alcanzar el objetivo que fue neutralizado, con Guy apresado y condenado a muerte.
Los anglicanos se tomaron este acto como una fecha para recordar y los ingleses, todavía hoy, siguen celebrando el 5 de noviembre la Noche de Guy Fawkes que a lo largo de los siglos ha ido evolucionando de manera clara hasta convertirse en un hecho festivo más que reivindicativo. Pero al principio, los ingleses, en vez de asumirlo como un acto político de la Corona de España contra la de Inglaterra, prefirieron enfocarlo como un ataque de los católicos contra su pope inglés, es decir, una guerra de religiones que como ya sabemos siempre es más pasional y afecta tanto al rico como al pobre, al agricultor y al terrateniente.
Los ingleses en vez de asumirlo como un acto político de la Corona de España contra la de Inglaterra, prefirieron enfocarlo como un ataque de los católicos contra su pope inglés
De hecho, durante los siglos XVII al XIX, la celebración era tan radical que consistía en hacer bailar a un muñeco colgado de un palo, que se suponía que era el Papa de turno, apaleado por la concurrencia y finalmente quemándole “vivo” en la plaza pública. Además, al coincidir casi con la misma fecha de Halloween, parte de sus ritos se adoptaron, convirtiendo la jarana en una fiesta del horror consentido y alentado por los políticos y las fuerzas públicas locales.
En estas fiestas, como es lógico, los católicos no asistían y durante ese día eran motivo de escarnio social. Indudablemente, las poblaciones donde se celebraba eran de mayoría anglicana y a los católicos más les valía pasar inadvertidos lo más posible. Y ya, detalle curioso, Guido Fawkes usaba máscara para no ser reconocido mientras se ocultaba en la oscuridad de las calles de Londres. Esa misma máscara es el actual símbolo icónico que muestran los seguidores de Anonymous…
Esta breve introducción me lleva al sentido de unión entre los cristianos en general (católicos, protestantes y ortodoxos) desde hace décadas y que tratan de alcanzar con los hermanos distanciados en la unión por la fe en Cristo. Recientemente, hemos terminado el Octavario por la Unión de los Cristianos, que no es un invento humano: una vez más fue Jesucristo quien lo dejó dicho en la Última Cena y firmado ni más ni menos que con la institución de la Eucaristía: Padre, no te pido sólo por estos discípulos, que me has confiado. Te pido también por los que han de creen en Mí, mediante su mensaje. Que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en Mí y Yo contigo; que también ellos estén con Nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado (Juan, 17, 21).
El ecumenismo fue impulsado en 1910 gracias al Congreso Misionero de Edimburgo (Escocia) por tres protestantes: Carlos Brent, Natan Sôderblom y Juan Mott. La Iglesia se sumó de inmediato y en 1925 se celebró un encuentro definitivo para el lanzamiento del propósito que se denominó Diálogos de Malinas. Años más tarde, el Padre Watson, un protestante convertido al catolicismo, fundó el Octavario por la Unión de los Cristianos que celebramos todos los cristianos del mundo desde entonces en estas fechas.
Se han hecho grandísimos avances, pero en mi opinión no se han sabido vender a los feligreses de todas las partes implicadas y de hacerlo se daría un impulso popular muy importante y no sería sólo un problema de los Jefes, sino de todos los indios. Con el tiempo, y a rebufo de estos importantes movimientos, han surgido seudoentendidos llevados por el buenismo reinante, que como siempre tiene más de sentimentalismo que de cabeza y que la mayoría de ellos lo entienden como una especie de negociación de las ideas, y es un error. No se trata de llegar a un acuerdo con la fe en la que todos ceden un poquito de aquí y otro de allá y al fin tenemos el cristianismo unido perfecto. Para eso ya está la new age. La separación de cristianos se debe principalmente a la separación de la comunión con el Papa, y en todas las ocasiones de la historia, esta rotura fue provocada por ideas demasiado personales e intereses políticos, donde se hizo uso de la entonces religión común, por el mismo motivo que los ingleses justificaron el Guy Fawkes night.
Este muro de aparente impotencia debiera de incentivarnos a todos los cristianos para afirmar más en lo público -y por supuesto en lo privado- la fe en Dios Padre
La Iglesia Católica considera la rotura del manto cristiano como una herida profunda en el corazón de la Iglesia de Cristo. A pesar de esta evidencia que, incluso protestantes y ortodoxos reconocen, seguimos divididos. Realmente todos nos reconocemos en Cristo, y muchos se preguntan desconcertados que entonces dónde está el problema… Y es que lo que parece fácil a simple vista, cuando se profundiza en los hechos, encontramos raíces muy profundas, demasiado oscuras, culturales, políticas y sociales, que son muy difícil de desarraigar, sobre todo si no hay voluntad clara de hacerlo porque se disiente en contenidos fundamentales eclesiales de la fe en Cristo.
Hay que tener también en cuenta los efectos circunstanciales directos de los tiempos que nos tocan vivir, a saber: la secularización de la sociedad. Además de la competencia por alcanzar la deseada unión, también, cada una de las tres partes, combaten contra la gran pandemia de hoy, más allá de los virus chinos, porque la sociedad no es que niegue a Cristo, es que sobre todo niega a Dios. Este muro de aparente impotencia debiera de incentivarnos a todos los cristianos para afirmar más en lo público -y por supuesto en lo privado- la fe en Dios Padre.
Enviados por el espíritu (Grafite) de Paul Josef Cordes. Este libro, que ha pasado inadvertido para el mundo laico confeso, recoge las clases que dio Mons. Cordes sobre el ministerio presbiteral que organizó la cátedra del "Concilio Vaticano II y nueva evangelización", en el que recuerda la urgencia de procurar un nuevo presbítero más evangelizador e insertado en la matriz de la comunidad cristiana sostenido en su fe y por otra parte, le ayude a ser menos clerical.
La verdad sobre el catolicismo (Encuentro) de George Weigel. La pluma tan afilada como divulgativa de este autor nos plantea una radiografía de qué es el catolicismo, al que desnuda y lo plantea como una autocrítica más cerca del examen de conciencia, es decir, de en qué fallo para mejorar, al tiempo que hace un planteamiento de hacia dónde va lo católico en general. De sus aportaciones se puede llegar a concluir que nos aleja y que nos une de nuestros hermanos cristianos y eso sin duda nos ayudará a todos.
El genio del cristianismo (El buey mudo) de François-René de Chateaubriand. Este libro, está estructurado en cuatro grandes partes. Dogmas y Doctrinas es la primera, donde junto a una presentación de los principales misterios que sustentan al Cristianismo, se trata de las pruebas cosmológicas de la existencia de Dios, basadas en las maravillas de la naturaleza. Si esta obra no aporta al ecumenismo, ¡apaga y vámonos!