Pues la verdad es que las palabras de Cristo son bastante claritas: si no tienes fe, te condenas porque ya estás juzgado, porque no has creído en el Hijo de Dios
Pongan ustedes en el buscador (si puede ser uno que no sea Google, mejor que mejor) Marcos 16,16: "El que crea y sea bautizado se salvará pero el que no crea se condenará". Es una experiencia muy interesante: siguiendo las reglas de la sociedad de la información, esto es, el pensamiento invertido, comprobarán que, a veces, incluso antes de la cita de San Marcos propiamente dicha, aparecen interpretaciones, piadosísimas, seguro, intentando quitar crudeza ante tamañas palabras de Cristo. Ya saben: el Evangelio es palabra de Cristo justo hasta el punto en el que choca contra nuestros tópicos, antes llamados prejuicios.
¿Qué es eso de que el que no cree se condenará? ¿Y si el pobrecito no ha recibido la fe, acaso la fe no es un don? ¿Vamos a juzgar, condenar, a esa buenísima persona, yo mismo, por una dudilla de fe? No, hombre no, no exageres: lo diría Cristo, sí, pero hay que introducirlo en su contexto y yo conozco a un teólogo que es precisamente eso: un especialista en colocar las palabras "en su debido contexto".
Pues la verdad es que las palabras de Cristo son bastante claritas: si no tienes fe, te condenas porque ya estás juzgado, porque no has creído en el Hijo de Dios. A lo mejor, y palabra que no pretendo hoy entrar en los matices, es que la fe es un don de Dios pero Dios jamás niega ese regalo a nadie con rectitud de intención.
En un siglo de incrédulos, donde se hace realidad aquello de "cuando vuelva el Hijo del hombre encontrará fe sobre la tierra" decir esto suena duro, pero no se me ocurre ofrecer otro significado a las palabras que aquel que realmente poseen.
De cualquier forma, el asunto no acaba ahí. Como en el viejo chiste, esto se hincha, porque luego viene el aguafiestas de Gregorio Magno, Padre de la Iglesia y lo completa con aquello de que "El que no practica es que no cree (In Evangelia Homiliae). Eso del 'yo sí, pero los curas no', o la Iglesia no, ya se tomaba a coña en tiempos de San Gregorio Magno, en el siglo VI.
Es decir, que para salvarte tienes que tener fe y, encima, con fe, pero sin obras, también te puedes condenar. Y así te encuentras con lo de aquella mujer, que convivía con uno que no era su marido y se topó con un párroco serio que se negó a darle la comunión. Primero se enfadó mucho pero luego volvió diciendo: "Tiene usted razón pero es que ustedes mismos, los curas, han bajado tanto el listón, han rebajado tanto las exigencias al cristiano, que cuando llega uno que simplemente repite la doctrina de siempre, pensamos que es una ofensa personal".
La ley natural no puede cambiar por mucho que haya degenerado el hombre. Volvamos al examen tradicional que tampoco resulta tan exigente. Lo que ocurre es que nos hemos vuelto blanditos, muy blanditos, indolentes, gente que pretende aprobar sin estudiar, como en la Lomloe de Isabel Celaá.
Para salvarse hay que creer y, encima, practicar. De excepciones hablaremos luego; de humedades, después.