Las quinielas sobre papables son una tontería porque ni los cardenales más conspiradores saben lo que va a ocurrir. Como me recordaba uno de los cardenales presentes en el Cónclave, no es el Espíritu Santo quien elige al próximo Papa: el Espíritu es quien nos proporciona la gracia, que podemos aceptar o no, para que elijamos al Papa que debe dirigir la Iglesia. 

No, no era un descreído, era un fervoroso creyente en la libertad humana decretada por Dios, que quiere que le amen hombres libres, no robots.

Con ello, nuestro príncipe de la Iglesia quería resaltar el insondable misterio de la libertad humana. La fórmula que decide la historia es esa combinación entre un 99% de providencia divina y un 1% de libertad humana. Eso es lo que decide el futuro, todo futuro, también la elección de Papa.

Pero es que, además, poco tiene que ver el papable con el pontífice, salvo que estemos hablando del anti-Papa, 'la bestia de la tierra', también presente en la Biblia. 

Quiero decir: poco tenía que ver Bergoglio, obispo de Buenos aires, con el papa Francisco. La persona era la misma, pero hablando con alguien que le conoció mejor que bien en la Argentina, me confirma que, en efecto, su llegada a Roma le cambió. El Bergoglio de Nuevos Aires tiene poco que ver con el Francisco de Roma. 

¿La situación es grave? Sí, pero también esperanzadora. Hay que evitar el día de la justicia de Dios -no es agradable- pero, en el entretanto, podemos aferrarnos a su misericordia

¿Gracia de estado para sobrellevar el cargo? Por supuesto que sí y que, además, resulta compatible con la comisión de errores en su pontificado. Cuando le califiqué como un mal Papa no me refería ni a su arbitrariedad ni a sus peligrosas improvisaciones: recuerden su crítica a las madres que se atrevían a tener muchos hijos, a las que calificó de 'conejas'.

No, me refería a su exposición doctrinal, no precisamente brillante, que ha sembrado confusión entre los fieles sobre lo que es católico y lo que no lo es, lo que está bien y lo que está mal... justo lo que no puede permitirse un Papa. Pero, de cualquier forma, entre Bergoglio y Francisco había una grandísima diferencia, generalmente en favor del Pontífice y en contra del obispo.

Ahora bien, ¿la situación de la Iglesia es grave? Sí, pero también esperanzadora. Vivimos en una era fin de ciclo, en la que la clave estriba en evitar el día de la justicia de Dios -no es agradable- pero sabiendo que, aunque lleguemos, siempre podremos aferrarnos a su misericordia. 

Además, el problema de este cónclave es que los cardenales más sabios viven en el siglo XX y los menos sabios en el XXI. Los primeros hablan de relativismo y algunos de los segundos juguetean con la Blasfemia contra el Espíritu Santo. Verbigracia: en las Congregaciones generales se han escuchado exposiciones brillantes sobre el relativismo pero, insisto, el relativismo es una cuestión del siglo XX, cuando se aseguraba aquello del "nada es verdad ni mentira, todo depende del color del cristal con que se mire (esto obra del hortera de mi paisano Ramón de Campoamor). El siglo XXI no es así. En nuestra centuria el peligro consiste en la blasfemia contra el Espíritu, la suprema inversión de principios, donde lo malo se convierte en bueno y al revés, la verdad en mentira y la belleza en fealdad, mientras entronizamos el feísmo como la Summa artística. 

Ahora parece como si en el Colegio de Cardenales se hubiera entrado por esa línea: hablamos de etnicidad, sectas y otras chorradas. En Roma he oído hablar más del hombre que de Dios.

En conclusión: adoptamos una postura de realismo confiado. Realismo porque lo que veo no me gusta. Confiado... por confianza en Dios.