Decía santa Faustina Kowalska, la mística del siglo XX, cuya festividad celebramos el pasado domingo, que "si los ángeles pudieran envidiar, nos envidiarían dos cosas: primero, la santa comunión y segundo, el sufrimiento".
Curioso. Ahora que elegimos nuevo Papa, ahora que analizamos cuál debería ser la condiciones del nuevo pontífice, viene a cuento recordar la sentencia. Y esto porque en el siglo XXI sufrimos la peste de la desacralización de la Eucaristía... y como resulta que la Iglesia vive de la Eucaristía... resulta que el mundo anda hecho unos zorros.
Necesitamos que nos duela el amor
Y luego está lo del dolor. El rey del siglo XXI, aunque me temo que esta miseria la heredamos del XX, es el analgésico. Todo está pensado para la supresión del dolor, para no sufrir. Por eso hay tanta frustración, por eso la depresión es la marca de nuestro mundo: porque el dolor, tanto el físico como el espiritual, que es el más grave de todos, es irremediable.
Y aunque el cristianismo es la antítesis del masoquismo, el cristiano sabe que el sufrimiento es esencial para que el hombre se realice, más que nada porque el primer mandamiento del amor para el hombre es que... nos tiene que doler el amor. O como decían los clásicos: la alegría es un árbol que tiene sus raíces en forma de cruz.
No, no es sadomasoquismo, recuerden lo que decía el diablo de Clive Lewis: nuestro enemigo es un hedonista. Detrás de esa penitencia siempre hay un océano de placeres. Pero nos tiene que doler el amor. Además, el hombre se endiosa con el sufrimiento bien llevado.