La fiesta del Espíritu Santo, el gran desconocido, como aseguraba San Josemaría. El Espíritu Santo es la enseña del amor divino
José Luis Gutiérrez García es conocido en ambientes intelectuales católicos españoles como el hombre de la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). Murió en tiempos de Covid con 98 años, así que ha sido un personaje clave en la edición católica del siglo XX. Ahora se ha publicado su libro póstumo: El mandamiento de la oración a Dios debida, un título que recuerda La voz a ti debida, de Pedro Salinas. En él, habla Gutiérrez del Espíritu Santo, cuya fiesta celebramos este domingo 5 de junio.
Son demasiadas las veces en las que hemos hablado en Hispanidad, de la marca de fábrica del siglo XXI, de la blasfemia contra el Espíritu Santo, que nos precipita hacia el final. Ya saben: lo bueno es malo y lo malo es bueno.
Pues bien, recoge Gutiérrez palabras de san Pablo VI y de san Juan Pablo II acerca de ese protagonismo actual del Espíritu Santo, un diálogo que exige silencio, en medio del griterío virtual propio de nuestra época.
En la misma línea, la madrileña Margarita de Llano, protagonista, que no autora, de La Inmaculada en el Reino Nuevo, asegura que entre los dones del Espíritu Santo a día de hoy el más relevante es el don del silencio, que conlleva, ojo, el silencio de los afectos, sí, también de los afectos, como paso previo para que la criatura se endiose.
El principal regalo actual del Espíritu Santo es el silencio
Y es que, al, final, ambos autores coinciden en que todo este siglo XXI depende de la adoración-oración al Espíritu Santo.
Silencio. El exterior es fácil de comprender, hasta yo lo comprendo. El silencio interior es el precitado silencio de los afectos. No sólo porque toda historia rosa acaba siendo verde, sino porque el silencio de todos los afectos humanos es el requisito principal para que la criatura se dirija a Dios.
Si se quiere hacer oración, hay que saber que Dios nunca se deja utilizar, por ejemplo, para aclarar nuestra agenda diaria o para dar un repaso a nuestros compromisos. Exige silencio interior.
El principal enemigo del silencio exterior es el corazón que debe andar en la cruz, es, en resumen, la imaginación.
El teléfono móvil, sólo como instrumento. Las nuevas tecnologías sólo como documentación para la oración, nunca como un fin en sí mismo
Ahora bien, en el siglo XXI el principal incentivador de la imaginación es el teléfono móvil. Para hacer oración necesitamos silencio virtual. Ojo, si el teléfono es solo instrumento para recordarnos una alabanza, bienvenido sea. No todo al que vemos haciendo oración con el móvil, hace mal. Es más puede hacer muy bien si utiliza las nuevas tecnologías como apéndice documental para hablar con el Espíritu o bien para poner en práctica propósitos. Pero cuando hablo de silencio virtual hablo de hacer un paréntesis en nuestra vida diaria, repleta de mensajes de WhatsApp y Telegram y redes sociales, un griterío virtual verdaderamente ensordecedor. Si la gente no sabe separarse del móvil, no puede acercarse a Dios.
Volvamos a Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo, el gran desconocido, como aseguraba San Josemaría. El Espíritu Santo es la enseña del amor divino. Quiero decir que el misterio de la Santísima Trinidad no consiste en que uno sea igual a tres y tres sea igual a uno... más que nada porque eso es una mentira, un absurdo y una chorrada. Además, no es ningún misterio, porque la formulación del Misterio de la Santísima Trinidad es que hay un sólo Dios, una sola naturaleza, poseída por tres personas distintas. La naturaleza responde a la pregunta ¿qué es?, mientras las personas responden a la pregunta ¿quién es? En esto no hay misterio alguno. El misterio consiste en, como la misma naturaleza, que el mismo ser es poseído al 100 por 100 por tres personas distintas. Y la única explicación, que no demostración, que podemos dar es que Dios es amor, y que el Padre eterno introdujo ese amor en su propia naturaleza. Es decir, entrega a un segundo y a un tercero, de hecho, el Espíritu Santo y así volvemos a la tercera persona, que es el 'producto' del amor entre el Padre y el 'Hijo'.