Se llama Víctor Madrigal-Borloz y trabaja en ese aquelarre llamado Naciones Unidas. Los hechos se precipitan, así que, según informa el prestigioso Friday Fax, don Víctor ha propuesto -y su propuesta será acogida con entusiasmo, no lo duden- que se sancione con penas de cárcel, sí de cárcel, a cualquiera que critique la teoría de género, la orientación sexual, la identidad de género e incluso la educación sexual, también conocida como perversión de la infancia. 

Que sí, que lo han entendido bien: el que se atreva, no a oponerse o a incumplir una ley inicua, sino tan siquiera a discrepar de las barbaridades que se cometen en nombre de la ideología de género, debe ser condenado… y a penas de cárcel. 

Y esto no lo dice un sátrapa africano, lo dice un ser que defiende los derechos humanos en Naciones Unidas, la institución creada para la defensa de los derechos del hombre.

Ya hemos dicho que penalizar el odio es confundir delito y pecado y, de paso, confundir el tribunal con el confesionario: los progres son así de clericales.

Ahora bien, de aquí a prohibir cualquier libertad de expresión, por ejemplo, defender la vida delante de un abortorio, sólo hay un paso. En España ya lo hemos dado. Y de aquí a imponer el pensamiento único a costa de generalizar las penas de prisión en todo el planeta, oiga, que esto es grave, también. 

Ahora bien, la cuestión de fondo es aún más grave. Es lo que en Hispanidad -y en el Evangelio- llamamos Blasfemia contra el Espíritu Santo, ese pecado que no se perdonará ni en este mundo ni en el otro… y que se ha convertido en la marca de fábrica del siglo XXI.

El que blasfema contra el Espíritu no está realizando el mal. Ese biotipo del malvado tradicional existe desde que el mundo es mundo y no supone ninguna novedad. 

No, este tipo de blasfemia espiritual la inventaron los fariseos cuando calificaron a Jesucristo como demonio… que es tanto como convertir el bien en mal y el mal en bien, la verdad en mentira y la mentira en verdad, la belleza en fealdad y la fealdad en belleza. Y no es que Dios no lo perdone, es que el hombre no puede ser perdonado porque supone la suprema inversión de principios y valores. La blasfemia espiritual supone la obra final de Satán. Y aunque la inventaron los fariseos jamás se había prodigado como ahora. 

Le faltaba la globalización, la aportación telúrica, ‘made in’ ONU y, naturalmente, impuesta con el poder del Estado. Ya sabes: si te atreves a decir, por ejemplo, que los niños nacen niños y las niñas niñas, o la obviedad de que nadie nos ha pedido permiso para nacer hombres o mujeres… acabas en la trena, chaval. Lo dice la ONU.