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«Esto es por Rocío, por Rigoberta, por Zahara, por Miren, por todas nosotras, porque nadie nos puede arrebatar la dignidad de nuestra desnudez... porque hoy es el día de la Revolución». Eva María Amaral Lallana, alias Amaral, el pasado 13 de agosto, decidió mostrar sus pechos en defensa de la mujer, en defensa de la dignidad de la mujer.
Como no podía ser de otra forma la izquierda entera se vuelca en vítores y aplausos, y de forma muy especial ciertos colectivos LGTB, etc. Pero como siempre, la incoherencia de los discursos emocionales y subjetivos echa por tierra el esfuerzo real de lo que han supuesto para el mundo las verdaderas revoluciones. No hay revolución sin dolor, sin esfuerzos, sin una parte de frustración previa a la victoria (en caso de que la haya), de tenacidad y lucha de años sin cuartel, sin persecuciones y sin cárcel.
La revolución ha sido siempre propia de los antisistemas, de los inconformistas, de los parias de la tierra, de los que quieren cambiar las cosas. Las revoluciones no se hacen a tetas descubiertas con el aplauso mediático y sistémico. Eso no es revolución, eso es venir a afianzar lo que ya está puesto en marcha. Es un golpe en la espalda al progresismo reinante, a las feministoides que se sienten sorprendidas a sí mismas y que reclaman para ellas el éxito gratuito y sin riesgos para nadie… Esto de Amaral no es revolución, es frivolidad chusca o, en caso extremo, marketing para vender más discos, que últimamente la cosa no pintaba bien…
Amaral y su revolución llega unos siglos tarde. Algunas de las gárgolas de la catedral de Valencia ya mostraban sus pechos pétreos, y lo siguen haciendo. El cuadro de la Libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix en 1830, también se adelantó a la cantante. Susana Estrada en los años 70, dio lecciones de cómo hacerlo y mucho mejor que Amaral. Ilona Staller, más conocida por Cicciolina, durante su fulgurante carrera política, y antes pornográfica, también reclamó una revolución y la libertad del pueblo italiano en 1979 luciendo su busto desde el coche que circulaba por Roma mientras ella posaba para el respetable. Y para más inri, Fernando Esteso y Andrés Pajares dedicaron su etapa ochentera a mostrar por metrajes y metrajes libertad y dignidad de la desnudez de las mujeres, según Amaral.
Sin embargo, la dignidad de las mujeres no se mide por las tetas aunque sean parte conformada de su sexo. La dignidad es ser ellas mismas, mostrando su valía no su cuerpo. ¿Qué hacemos con todas esas mujeres que madrugan, trabajan, son madres, luchan por un sueldo digno, sufren a diario para poder decir que son ellas mismas y que nadie las representa por no ir de morado o desnudarse en público? ¿Qué hacemos con tantas mujeres que por razón de un cáncer han tenido que ser desmembradas de sus mamas para salvar la vida, están fuera del rango de dignidad según Amaral y los aplausos políticos interesados? ¿Qué hacemos con los hombres que se ponen pechos, se hormonan y esclavizan su cuerpo de por vida, que roban la dignidad de las verdaderas mujeres?
La dignidad de la mujer, sin caer en mojigaterías ñoñas de las que se nutren los wokistas políticos, reside en la complementariedad con el hombre. La mujer es imprescindible para el hombre y viceversa. La mujer, no es que sea más mujer en sí por el hecho de tener su referente en el hombre, es que sin él no es nada, no sería mujer, sería cualquier cosa pero no mujer. El problema hunde sus raíces en la ideología de género, que ha propugnado dos cosas muy malas: el individualismo existencial y la subjetividad personal. La sociedad política -que no la civil, en su inmensa mayoría- defiende la autopercepción como un derecho y no lo es. Es un error como podemos ver en tantas personas que se dicen ser perros, gatos, hombres, mujeres o no binarios. Solo se llega a conclusiones como estas en la medida en que los referentes han sido anulados, como la cuchara es cuchara porque existe el tenedor.
A la voz en internet de “dignidad de la mujer” aparece en tromba una serie de espacios o sitios web donde equipara mujer y género, y ambas a la igualdad, se entiende que con el hombre. Es posible que en Occidente estas igualdades han sido desbordadas con mucho solo por implementaciones de leyes que desfiguran precisamente esa igualdad que se espera en algunos casos y se exige en la mayoría como un efecto revancha. Es precisamente, fuera del espectro geopolítico de Occidente, donde se debería dar la batalla, en países de cultura islamista o hindú, en la África profunda musulmana o donde reinan los señores de la guerra. Fuera de este espacio, es decir, en los países de cultura occidental judeo-cristiana, son cantidades mínimas las que de una forma u otra las mujeres son humilladas, vejadas y verdaderamente maltratadas, pero el negocio de la mujer es un negocio inmenso en poder, dinero y corrupción de la sociedad en el que ciertos intereses financieros y globalistas tienen muchos intereses. Al respecto invito a leer este artículo muy interesante: ¿Quién financia el movimiento LGBTQ?
La prueba última de esta vara de medir ha sido el caso mediático del beso de Rubiales, del que las feministas, encabezadas por dos ministros del Gobierno en funciones, Irene Montero y Yolanda Díaz, han querido sacar tajada política denunciando el acto de abuso a la futbolista y exigiendo la sustitución del presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF). Mientras que todas las feministas callaron ante la ley del Sí es Sí del Ministerio de Igualdad, que ha beneficiado 1.155 abusadores sexuales, ya condenados, pero que han visto reducidas sus penas, y de los cuales 117 han salido en libertad. No sé dónde compran la vara de medir estos puritanos feministas, y feministos, que también los hay. Todo vale si es para vender populismos de los que la izquierda sociológica asume sin pensar.
El privilegio de ser mujer (EUNSA), de Fernando Galindo Cruz y Rafael Hurtado Domínguez. Al argumentar la superioridad de los varones a través del tiempo en fuerza, poder, éxito y creatividad, la obra expone cómo los esfuerzos del feminismo para lograr la igualdad -imitando a estos- son antinaturales, insensatos, destructivos y frustrantes. Con belleza y erudición, profundiza en el privilegio que tienen las mujeres de ser naturalmente más capaces que los varones para involucrarse en lo humano: su entrega, mayor sensibilidad, dignidad, belleza,
Iguales pero diferentes (Almuzara), de María Calvo. La autora, convencida de la igualdad entre hombres y mujeres en derechos, deberes, dignidad y humanidad, analiza a partir de los más recientes descubrimientos científicos y sobre la base de datos objetivos y estudios empíricos, describe sin prejuicios las diferencias existentes entre hombres y mujeres en su forma de amar, sentir, trabajar, sufrir y, en definitiva, de vivir, producidas por la influencia que ejercen las hormonas femeninas y masculinas en nuestro cerebro desde incluso antes de nacer.
En femenino sin lugar (PPC), de Olga Belmonte García. Estas páginas se pueden leer en clave personal-existencial, pero también tratando de comprender a las generaciones pasadas y preguntándonos qué legado queremos ofrecer a las generaciones futuras.