Hispanidad siempre ha condenado la utilización de embriones humanos congelados -es decir, aquellos que  sobran de las fecundaciones in vitro-  para la experimentación científica, médica o de cualquier otra índole.

Y es que cada embrión humano, desde el momento de la fecundación -la unión de un óvulo y un espermatozoide- es  ya una persona distinta -con su propia identidad genética, distinta a la del padre y la madre- y merecedora del respeto a su dignidad humana. Es lo que Benedicto XVI resumía con la frase: "Dios ama al embrión".

Pero como Europa va de avance progresista en avance progresista, el Parlamento Europeo aprobó en septiembre una nueva legislación en la que se abría la puerta al uso de fetos y embriones en productos farmacéuticos y trasplantes. 

El texto iguala todas las "sustancias humanas", obviando si pueden o no tener vida propia, es decir, para Bruselas es lo mismo la saliva que un embrión. Este lunes los miembros del Parlamento han ratificado el texto, pese a las peticiones para que echaran abajo la norma. 

Según ha explicado el Consejo Europeo en un comunicado, el objetivo es "mejorar la seguridad y la calidad de la sangre, los tejidos y las células utilizadas en la asistencia sanitaria y facilitar la circulación transfronteriza de estas sustancias".

Asimismo creen que este marco común, llamado Reglamento sobre sustancias de origen humano (SoHO), garantizará una mejor protección de los donantes y receptores, así como de los niños nacidos por reproducción asistida.

Ahora, el Consejo y el Parlamento Europeo deben firmar el Reglamento, que entrará en vigor tras su publicación en el Diario Oficial de la UE.