• La matanza de embriones humanos ha sido una barbaridad y un fracaso.
  • Pero ningún científico ha pedido perdón.
"Primer paso para fabricar en cerdos órganos 'cien por cien' humanos". De esta guisa y  otra parecida, han titulado los medios el 'gran avance científico' de Juan Carlos Izpisúa, que su 'colegui', Rafael Matesanz (ambos en la imagen junto a Ana Pastor) ha calificado como "fuera de serie". Es el primer paso para crear órganos naturales para trasplantes" y en pocas palabras podemos comunicarles que todos somos hoy más felices que ayer y algo menos que mañana. Naturalmente, RTVE, la tele de Rajoy, comenzó con la manipulación habitual: "a partir de células madre, Izpisúa…". No hombre, lo importante en esta manipulación colectiva es el segundo apellido de las tales células: células madre ¿qué? Si se trata de células madre adultas, nada hay que oponer. Venga experimentos, todos los que sean menester, cuantos más mejor. La Iglesia también lo alienta. Pero si se trata de "células madre embrionarias" hemos entrado en el engaño, porque no existen células embrionarias, lo que existen son embriones, es decir, seres humanos con un código genético diferenciado, distinto de los de su padre y su madre. Las células madre adultas se pueden y deben utilizar, la células madre embrionarias, ni tocarlas. Por eso omiten el segundo apellido. Esto es, que seguimos en la gran estafa científica del siglo XXI, la utilización de embriones humanos como cobayas de laboratorio. La cosa empezó con Ana Pastor, entonces ministra de Sanidad de Aznar, quien engañó a los obispos españoles para que aceptaran la utilización de los embriones sobrantes de la fecundación in vitro. Luego Zapatero lo elevó al infinito, pero con la barbaridad de Aznar bastaba para que entráramos en la era de la manipulación genética. Al final, con dinero público, se crearon hasta cinco centros de utilización de embriones como cobayas de laboratorio: Madrid (Matasanz al frente), Barcelona (Izpisúa al frente), Valencia, Sevilla (Bernat Soria al frente) y Granada. Manaba el dinero para destruir embriones humanos e íbamos a curar con ello la diabetes, el cáncer y el mal de ojo. Pasaron los años y entonces, tan eximios investigadores, se percataron de dos cosas: 1.- Que matando embriones humanos no curaban ni un resfriado. 2.- Que encima la calidad totipotente de las células embrionarias, es decir, de los embriones, podían provocar innecesarios efectos, por ejemplo, tumoraciones. De inmediato, los norteamericanos, pioneros malditos en la materia, echaron marcha atrás. Se dedicaron a las células madre adultas. Especialmente, desde que un japonés, de nombre Yamanaka, consiguiera reprogramar células madre adultas en células totipotentes, que encima tenían la virtualidad de provocar menos rechazos que las procedentes del destripamiento de embriones humanos. En otra palabras, los señores Matesanz e Izpisua deberían ser un pelín más sinceros y ser menso pícaros. Matesanz dice ahora dedicarse a los trasplantes pero años atrás, con el zapatismo (aunque insisto, empezó el PP) estaba emocionado con alcanzar gloria y riqueza con la masacre de embriones humanos, la nueva frontera científica. No hubo nueva frontera sino un fracaso estrepitoso y mucha soberbia para ocultarlo y seguir viviendo del cuento, sin que se notara el pase de células madre embrionarias (las malas) a células madre adultas (las buenas). Por su parte, Izpusúa no ha inventado nada con las nuevas técnicas. Ha copiado a Shinya Yamanaka para reprogramar células madre adultas en totipotentes, sin matar a nadie, y se le ha ocurrido introducirlas en un cerdo para crear órganos para trasplantar a humanos enfermos. Enhorabuena, Izpisúa, pero quede bien clara una cosa: ni has perdido perdón por la ligeramente nazi utilización de embriones humanos del pasado (que, por cierto, siguen siendo subvencionados por el ministro Luis de Guindos en España, un país con un Gobierno lo suficientemente idiota para ello) ni has descubierto ahora, cuando te has pasado a las células madre adultas, nada que no hubiera descubierto quien se propuso avanzar en la ciencia sin matar personas. Que ya está bien de estafas, oiga, y de orgullo científico. Recuerden lo de Pascal: "La ciencia no tiene fe ni patria". Cierto, respondió el matemático, pero los científicos sí. Eulogio López eulogio@hispanidad.com