La educación está podrida pero no sólo por la Lomloe de Isabel Celáa, un mojón más en un camino de disparates y de tristeza mórbida. Días atrás, Virginia Gutiérrez resumía con brillantez en Hispanidad los males de la norma del Gobierno Sánchez.

Pero el BOE de doña Isabelita, hoy embajadora ante el Vaticano -¡Cuánto bueno!- es sólo un mojón y casi de tamaño menor: el mal es mucho más profundo y está mucho más extendido. Si tengo que citar el peor veneno aludiría a la generalizada perversión de los menores, en el conjunto de la sociedad, verdadera obsesión de tintes diabólicos para enterrar la inocencia infantil. Particularmente, al insuflarles a los niños la ideología de género desde los cuatro años, antes de que se puedan defender.

La perversión de la infancia se ha convertido en el demonio de nuestro tiempo

España, me temo que toda Europa, aunque no puedo certificarlo, rebosa de padres superados por cómo les salen sus hijos. Algo que nadie confiesa en público, y es bueno que así sea, porque cuando un hijo te sale rana lo que menos deseas es darle publicidad al asunto.

No voy a solucionar tamaña tragedia en un artículo periodístico (no se crean eso de que el periodismo soluciona las cosas: es un embuste demoníaco) pero sí puedo ofrecerles un consejo que leí no sé dónde, un consejo, además, en la convicción de que no es necesario porque ustedes ya saben equivocarse solos, pero ahí va: hasta que cumplan los 18 años, háblales a tus hijos de Dios, a los 18 háblale a Dios de tus hijos.

Y eso que los jesuitas, que algo saben de esto, rebajaban esa edad hasta los 12 años. Aseguraban los ignacianos que hasta esa edad puedes educar. A partir de ahí, será lo que el alumno quiera ser, para bien y para mal.