Hablo de oración mental, que no vocal... que también es muy importante, sin duda. De hecho, no comprendo esa incredulidad de tantos cristianos sobre las revelaciones, locuciones y otras 'ciones' de almas con el mismísimo Cristo que se producen hoy en día, en el siglo XXI. Lo políticamente correcto consiste en asegurar que no es posible que el Creador hable a la criatura: ¡pues a mí me habla todos los días!, en cuanto me pongo en su presencia, a orar. Y si Él no me habla es porque yo me distraigo.

No lo digo yo sino los puntos 2727 y 2728 del Catecismo de la Iglesia Católica de 1992, hoy en vigor, verdadera y formidable culminación de la obra de san Juan Pablo II. Ahí van ambos puntos:

2727 También tenemos que hacer frente a mentalidades de “este mundo” que nos invaden si no estamos vigilantes. Por ejemplo: lo verdadero sería sólo aquello que se puede verificar por la razón y la ciencia (ahora bien, orar es un misterio que desborda nuestra conciencia y nuestro inconsciente); es valioso aquello que produce y da rendimiento (luego, la oración es inútil, pues es improductiva); el sensualismo y el confort adoptados como criterios de verdad, de bien y de belleza (y he aquí que la oración es “amor de la Belleza absoluta” [philocalía], y sólo se deja cautivar por la gloria del Dios vivo y verdadero); y por reacción contra el activismo, se da otra mentalidad según la cual la oración es vista como posibilidad de huir de este mundo (pero la oración cristiana no puede escaparse de la historia ni divorciarse de la vida).

No es posible que el Creador hable a la criatura: ¡pues a mí me habla todos los días!, en cuanto me pongo en su presencia. Y si no le escucho es porque estoy distraído

Y el siguiente punto también merece la pena:

2728 Por último, en este combate hay que hacer frente a lo que es sentido como fracasos en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos “muchos bienes” (cf Mc 10, 22), decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad; herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, difícil aceptación de la gratuidad de la oración, etc. La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren vencer estos obstáculos.

Porque lo extraordinario no es lo contrario de lo ordinario sino lo que convive con lo ordinario, en lo cotidiano y lo natural, o acaba en sobrenatural o acaba en antinatural

Pero si superamos esas leves pegas resulta que la mejor diversión del hombre es hablar con Dios, no existe mejor descanso que la oración mental. Y puede hacerlo, cualquiera puede hacerlo en cualquier momento.

Y ya saben: Dios responde, porque lo extraordinario no es lo contrario de lo ordinario sino lo que convive con lo ordinario, en lo cotidiano y lo natural, o acaba en sobrenatural o acaba en antinatural.