Dicen que un hombre puede vivir sin agua no más de cuatro días. Kolbe aguantó 14 y, como no la espichaba, los nazis decidieron matarle con una inyección en el corazón: era un mártir, no un suicida
Hay que ser muy devoto de la Virgen María para tener tantos cojones como el padre Kolbe. El 14 de agosto, celebramos la festividad dedicada a San Maximiliano Kolbe, franciscano polaco. Cuando visité el campo de exterminio de Auschwitz, estuve en el cubículo donde encerraron al cura Maximiliano durante 14 días. Tenía un metro cuadrado. En aquella jaula, Kolbe pasó sus últimos días, sin comida y, sobre todo, sin agua, sin poder sentarse ni tumbarse, un suplicio vivido segundo a segundo, entre sus propias heces.
Yo no habría aguantado allí más de ocho horas. Por instinto de supervivencia -sí, de supervivencia- me habría dejado morir, que es lo que nos pide el cuerpo a los débiles, a los cobardes. Pero Kolbe era un mártir y un mártir es lo contrario a un suicida.
De hecho, dicen que un hombre puede vivir sin agua no más de cuatro días. Kolbe aguantó 14 y, como no la espichaba, los nazis decidieron matarle con una inyección en el corazón. Ya estaban hartos de aguantar aquella resistencia sobrehumana que les demostraba, entre otras cosas, su coña de la superioridad de la raza aria. Ninguno de sus verdugos, desde luego, lo hubiera soportado.
Ademas, estaba allí porque quiso. Ya saben la historia: se escapó un preso del campo de exterminio. En venganza, los nazis exigen 10 ejecuciones. Un hombre de los 10 elegidos comienza a llorar porque deja mujer e hijos. El padre Kolbe le pide a los nazis sustituirle porque él no tiene mujer e hijos. Y le encierran en la jaula. No tenía mujer e hijos pero era un hombre más que activo: había fundado una congregación religiosa, así como un sin número de publicaciones cristianas, casi todas ellas marcadas por su espíritu mariano. Era un polaco que había misionado en Japón con gran éxito. Por decirlo así: un triunfador, al menos, en su tarea apostólica, que era lo que a él le interesaba. Y todo bajo el patrocinio de María, por amor a la Madre de Dios, la devoción más recia que existe.
Hitler era un panteísta y el nazismo, antes que racismo, no era sino la teoría del superhombre, del ser más fuerte... destinado a mandar sobre el débil, sin lugar para la clemencia
El 10 de octubre de 1982, 37 años después de finalizar la II Guerra Mundial, San Juan Pablo II canonizó a Kolbe. En la ceremonia estuvo presente el hombre por el que se había intercambiado el sacerdote.
Nadie se acuerda hoy de sus verdugos, pero somos miles de personas las que recordamos a Kolbe.
Pero hoy prefiero fijarme en una derivada del martirio de Kolbe. En Hispanidad hablamos muchas veces del peligro panteísta, y lo hemos calificado como el mayor enemigo de la sociedad cristiana actual, sin duda, mucho peor que el islam. Vamos, que temo a la India más que a Paquistán, Arabia, Irán y Marruecos, todos juntos.
¿Buscan un ejemplo de panteísmo moderno, que ilustre la bestialidad de esta filosofía? Fácil: Adolf Hitler. El nazismo no es más que un panteísmo germano. A Hitler no le marca el racismo, eso no era causa, sino consecuencia. A Hitler le definía que no reparaba en buenos y malos, sólo en ganadores y perdedores. La única ley que reconocía era la ley de la fuerza.
Además, para los nazis, al igual que para los hinduistas, la vida es un círculo que gira siempre sobre sí mismo y el hombre es uno más en la tierra, no mucho más importante que una ameba. Así, para el nazismo es un insulto que un Dios muera por redimir al hombre y el padre del nazismo, Friedrich Nietzsche, hablaba, con toda coherencia, del “escándalo del crucificado”. Que Kolbe muera para salvar a otro, no es síntoma de caridad, de amor, que no existe, sino muestra de debilidad.
La Europa actual se ha vuelto panteísta. Nos molesta lo débil y el vencedor siempre tiene razón
En resumen: Hitler era un panteísta y el nazismo no era más que la teoría del superhombre, del ser más fuerte, destinado a mandar sobre el débil.
De hecho, la superioridad racial no es la causa del III Reich sino una de sus lógicas consecuencias. A Hitler lo que le marcaba era la lógica de que el fuerte puede y debe imponerse al débil. Y, naturalmente, la raza aria, la suya, tenía que ser la mejor y era lícito, lógico y bueno -si él hubiera sido capaz de dar consistencia al término bueno- que dominara a los demás.
Pero la importancia para el Führer no era que la raza aria se impusiera a las demás etnias, ni tan siquiera que Alemania se impusiera a Inglaterra: lo importante, lo que daba sentido a su vida, era que el fuerte se impusiera al débil... porque eso era lógico.
Ninguno de los verdugos de Kolbe hubiera sido capaz de soportar lo que el franciscano soportó pero le consideraban un necio. No sabían que Kolbe tenía un motivo para sufrir, mucho más allá de cualquier sentimiento masoquista. El motivo era Dios y el otro, el hombre al que salvó la vida.
No hay clemencia en el panteísmo, como no la había en su derivada: el nazismo. Por eso conviene reparar hoy, con el panteísmo al alza en Europa, en el martirio de Maximiliano Kolbe, franciscano que dio su vida por la de otro y que se negaba a morir porque apreciaba la vida, don de Dios que acababa de entregar. Escogió la muerte, sí, pero porque era el mayor contra-suicida del mundo.
La Europa actual se ha vuelto panteísta. Nos molesta lo débil y el vencedor siempre tiene razón.