El escritor Lorenzo Silva abría un reciente suplemento dominical XL Semanal, el más vendido en España, con una frase en la que se resume todo un mundo: "El crimen une más que el amor, el mal es para siempre".

Pues no señor: lo único que une es el amor y el mal no existe y el malvado vive en permanente estado de guerra civil. Sobre todo porque el mal no existe, no es otra cosa que ausencia de bien.

La inexistencia del mal, aunque sí del malvado, ya lo demostró Santo Tomás de Aquino, el hombre que acabó con el maniqueísmo y el que llegó más allá que ningún otro en el enigma del tiempo. El Aquinate descubrió que el mal no es sino la ausencia de bien, con lo que fulminó una de las cosmovisiones más habituales en la historia de la humanidad. Ya saben: el principio del bien enfrentado al principio del mal. 

El maniqueísmo, la religión más habitual en, por ejemplo, las legiones romanas, no tiene sentido alguno. Por tanto, tampoco puede durar en el tiempo. El malvado tampoco dura mucho, pero molesta bastante.    

Lío grave es que el maniqueísmo constituye la piedra angular de la moral moderna. Por eso el modernismo conduce a la desesperanza. El mal no puede unir nada porque no tiene entidad, tan sólo consiste en la ausencia de bien, y el malvado que renuncia al bien dura tanto como su vida, que como la vida de cualquier ser humano, 'brevis est'.

Respecto al posmodernismo... tan sólo es una majadería posterior al modernismo en que la desesperanza se convierte en dogma.

Además, como recordaba San Juan Pablo II, el mal, es decir, el malvado, tiende a destruirse a sí mismo. Se lo aseguro, ser malvado es muy aburrido y exige estar permanentemente en guardia, en constante duermevela: un horror.