La censura hipócrita de Francina Armengol, Patxi López y Pedro Sánchez, se consolida cuando ningún diputado se enfrenta a ella
Durante el debate de investidura de Pedro Sánchez, la presidenta del Congreso, inefable Francina Armengol, censuró al presidente de Vox, tercer partido de la Cámara, por llamar golpista a Sánchez. Como el presidente de la formación cristiana, que no ultra, se negó a rectificar en pro de su libertad de expresión, doña Francina retiró sus palabras del Diario de Sesiones. Como en el Ministerio de la Verdad de George Orwell en la obra 1984, sus palabras jamás fueron pronunciadas, no existieron.
Naturalmente, el inteligentísimo Patxi López -Patxi para los amigos- aprovechó para bramar contra Abascal y colaborar así con la censura. Se refirió a la buena educación democrática, toma ya. Y el caradura de Sánchez aprovechó para ignorar al líder del tercer partido, tres millones de votos, que ya se sabe que a los ultras hay que ningunearlos.
Más relevante y aún más significativo, es el caso de la diputada finlandesa de la que hablábamos días atrás en Hispanidad. Ha sido sometida a juicio por atreverse a citar las palabras de la Biblia sobre la homosexualidad, en el legislativo de aquel país. La Biblia, al igual que el catecismo de la Iglesia, condenan la homosexualidad de forma taxativa mientras exigen al católico tratar con afecto al homosexual.
La censura hipócrita de Francina Armengol, Patxi López y Pedro Sánchez, es decir, la censura de los delitos de odio, se consolida cuando ningún diputado se enfrenta a ella
Pues bien, la diputada finlandesa ha sido llevada ante los tribunales, ya saben por delito de odio, por la osadía de haber citado la Biblia en el Parlamento. Y menos mal que ha sido absuelta, que otros no han tenido tanta suerte, por ejemplo, en España, el que suscribe, penado con cárcel por haberme atrevido a recordar en Hispanidad la doctrina católica sobre la homosexualidad. Es decir, la doctrina que siguen 1.000 millones de personas en el mundo.
Ya hemos hablado en Hispanidad de que los delitos de odio no son más que censura del pensamiento cristiano, sustituido por el pensamiento único cristófobo del Nuevo Orden Mundial (NOM) contra los cristianos. El problema estriba en que, con la coña de los delitos de odio, puede llegar el día en el que no podamos hablar de nada, tendremos la mordaza progre en la boca.
Y yo diría que eso resulta ligeramente grave. Vivimos la era del pensamiento único y la censura global. ¿Remedio contra la gran censura? No callar ni debajo del agua, sean cuales sean las consecuencias.
¿Y el hombre público? Este aún debe arriesgarse más. La censura hipócrita de Francina Armengol, Patxi López y Pedro Sánchez se consolida cuando ningún diputado se enfrenta a ella.