Según la tradición, la reunión conspiratoria contra Jesús de Nazaret se celebró en la Casa del antiguo Sumo Sacerdote Anás, situada en una altitud aún conocida como Monte del Mal Consejo, sobre el feo valle de la Gehenna. No se reunió allí todo el Sanedrín porque en esta institución -o sea como en el mismísimo Congreso español- quedaba algún hombre justo, pongamos José de Arimatea o Nicodemo, gente facciosa que podía haber puesto pegas a la conspiración contra el galileo. 

No, las dos familias sacerdotales, la de Anás y la de Boeto, convocaron a un modo de comisión parlamentaria ante la que Caifás, el yernísimo de Anás, se quitó la careta y soltó aquello de "no entendéis nada -¡Cielo Santo!, igualito que Pedro Sánchez, quien tanto nos ha hecho entender- no comprendéis que conviene que un hombre muera por el pueblo y no que perezca todo el pueblo".

No precisan esto las crónicas, pero yo juraría que Caifás añadió algo parecido a esto: y toda España piensa que Ayuso debería dimitir... perdón, todos los judíos piensan como nosotros: Jesús de Nazaret debe morir. 

El paso siguiente fue la Última Cena y la institución de la Eucaristía

En esta triste reunión, Cristo dijo mucha cosas, pero la más importante fue la resumida en estas palabras: "Esto es mi cuerpo" y "Esta es mi sangre". Algo que, 2.000 años después, resumiera san Juan Pablo II en aquella sucinta definición: "La Iglesia vive de la Eucaristía" y que años más tarde, remachara el Papa Francisco con aquello de que "la Eucaristía hace la Iglesia… y no se edifica ninguna comunidad cristiana si esta no tiene su raíz y centro en la celebración de la sagrada Eucaristía".

El principal dogma de fe, del que todo depende hoy, consiste en creer que un pedazo de pan y una pizca de vino se convierten en el mismísimo Dios. El destino de la existencia y del conjunto de la humanidad vienen por añadidura

Y todo esto nos lleva a la quisicosa de que el futuro de la humanidad no dependa de Putin ni de Biden (no se rían, continúa siendo el presidente de la primera potencia mundial), sino que depende de cómo tratemos a la Eucaristía, porque lo que viene, tras la gran tribulación, es el Reinado eucarístico tras un luctuoso periodo de desacralización de la Eucaristía. Por cierto, como el corresponsal de Hispanidad en el norte de España, don Jorge Fomperosa, nos recuerda, y hace bien en recordárnoslo cada semana, si queremos re-sacralizar la Eucaristía bastaría con que el Papa y los obispos aconsejaran volver a comulgar de rodillas y en la boca. ¿Es lo más importante? No, pero es lo más relevante, ahora mismo, en 2024, para detener el pavoroso proceso de desacralización de la Eucaristía. Tanto es así, que me atrevo a afirmar que el futuro del mundo depende de que la comunidad cristiana vuelva a hacer de la Eucaristía "su raíz y su centro", como asegura el Papa Francisco. 

Esto lo saben muy bien los amigos y los enemigos de Dios. Los primeros porque la Iglesia va como va debido a la ingratitud del hombre respecto al mayor regalo de Dios a la humanidad. Los enemigos, porque su plan consiste en crear, ojo, desde dentro de la Iglesia, no desde el Estado, un remedo blasfemo, una farsa sacrílega, que sustituya a la Eucaristía. Sí, ya tenemos bautizos civiles, ahora nos falta la Eucaristía democrática, presumiblemente para adorar a la Bestia. Esto sí que será el principio del fin. Créanme, conviene evitar la “adoración de la Bestia”.

Es esta batalla eucarística, no se engañen, la batalla de nuestro tiempo, todos estamos llamados a filas. Y la batalla no resultaría tan difícil si cada cual, al igual que el conjunto de la Iglesia, vive de Eucaristía. 

Una idea: empiece a acudir a misa y comulgar a diario. Recuerden que en la actual crisis de la Iglesia, la mayor de la historia, al menos en Europa, que es lo que controlo, cada vez son menos los que acuden a la Iglesia en día de precepto pero aumentan -dentro de la minoría, ciertamente- los fieles que acuden a misa, a diario. Es la nueva Iglesia de la que hablaba Benedicto XVI: minoritaria pero enamorada, cualificadamente enamorada.