Lo que me continúa asombrando de la Iglesia es la continuidad. No cambia el tronco de la Iglesia desde hace 2.000 años, sólo las hojas. Algunas de ellas, hojas pestilentes, lo reconozco, pero perecen cada otoño y renacen en primavera: pura fugacidad.

Desde hace 2.000 años, los enemigos de la Iglesia aseguran que Dios ha muerto o anda mal de salud, que, en todo caso, la oración es algo que pertenece al pasado, que ya vivimos en el postcristianismo... De este modo se hace realidad aquel grafiti de los años setenta del pasado siglo XX, cuando Federico Nietzsche estaba de moda. Un cachondo escribió en la pared: 'Dios ha muerto', dijo Nietzche. Y debajo: 'Nietzche ha muerto', dijo Dios.

Ejemplo de esa perennidad: San Bernardo de Claraval (1090-1153), pronunció las siguientes palabras, que podría haber escrito cualquier Papa de nuestro tiempo y pueden resultar tan útiles hoy como hace siglos. Ojo al dato: "Hemos demostrado que toda alma, aunque esté cargada de pecados, presa en las redes de los vicios, acechada por la seducción, cautiva en el exilio, encarcelada en el cuerpo, pegado al fango, hundida en el barro, retenida en los miembros, atada a las preocupaciones, dispersa por el trabajo, oprimida por los miedos, afligida por el dolor, errante tras el error, inquieta por la angustia, desazonada por las sospechas y extranjera en tierra hostil; y como dice el profeta, contaminada con los muertos, evaluada con los que ya yacen en el infierno; este alma, repito, puede volverse sobre sí misma, a pesar de hallarse tan condenada y desesperada, y no solo se aliviará con la esperanza del perdón y de la misericordia, sino que también podrá aspirar a las bodas del Verbo".

Si por lo del fango ha pensado usted que me refiero a don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, puede que estén en lo cierto pero oigan, San Bernardo nada sabía del actual presidente del Gobierno del Reino de España. En cualquier caso, el texto seguramente alude a Pedro Sánchez pero no sólo a él. Su significado es más profundo que un discurso del presidente -sí, tal cosa es posible- pero, sobre todo, habla de esa constante doctrina del Cristianismo, de una cosmovisión que no puede cambiar... porque resulta que es la verdadera.

Hoy como hace 1.000 años, hoy como hace 2.000, lo único verdadero a lo que podemos acogernos es a la palabra de Jesucristo. El resto es un bulo.