Cada vez que oigo a un tertuliano, el nuevo virus que nos asola a diario, de forma recurrente, eso de es que a la pobre de Irene Montero le tienen muchas ganas, siempre me surge la misma pregunta: ¿Por qué será? A lo mejor es porque la ministra de Igualdad no me parece muy femenina ni muy discreta.

El genio femenino, que decía Juan Pablo II y la mujer discreta de la que hablan los clásicos son lo mismo y demuestran que la feminidad es algo grande, muy grande, mientras el feminismo es una de esa 'grossen chorradem' que nuestro amado siglo XXI venera aunque nadie sepa por qué. 

Los clásicos reconocían en la mujer ese genio, esa inteligencia natural, muy superior a la del varón y muy de hoy, cuando tanto se valora el pensamiento inductivo, hoy diríamos científico. 

También sabían que lo que pierde a la mujer es siempre lo mismo: convertirse en el centro de atención de lo que le rodea y los que le rodean. Lector: deja de pensar en Irene Montero. 

La mujer, al igual que ocurre con todas las bellas artes, debería saber que la belleza es justo lo opuesto al exhibicionismo, antítesis de la discreción.

Al otro lado de la trinchera, el hombre sabio -alguno habrá- sabe que la mujer siempre nace inteligente, y que su formación consiste en ganar en discreción. Con eso le basta, lo que no ocurre en el varón. El varón, por contra, necesita aprender.

Por eso, los argentinos, de suyo sarcástico, han alargado el viejo adagio: detrás de una gran hombre siempre hay una mujer... asombrada. Pues bien, el feminismo es exhibicionismo, negación de la feminidad. No hablo sólo de exhibicionismo físico sino de ese otro exhibicionismo que, bañado de soberbia, consiste en convertirse en el centro de la humanidad.    

Bueno luego está el feministo, el listillo que ni ama ni venera a la mujer: sólo quiere aprovechare de ella. Es el que suele hablar de "los españoles y las españolas".

Del genio femenino al cretinismo feminista. Vamos mal.