Estamos creando un mundo de burócratas y de administrativos, es decir, de parásitos de la economía productiva. Sí, parásitos, aunque trabajen mucho.

Hay dos tipos de burocracia, la pública y la privada, hoy conocida como regulación. Un ejemplo palpable: los coches de hoy son más fáciles de manejar y de mantener que los de ayer, pero poseer un coche y conducirlo, es hoy enormemente más complejo que ayer, por la multiplicación de normas, controles, condiciones, requisitos, etc., que tienes que sufrir para poder seguir manteniendo el automóvil… aun cuando no lo utilices. Es un ejemplo de burocracia privada, porque se ensaña con el particular mediante una profusión de normas y regulaciones que complican la existencia.

El ejemplo de burocracia pública lo tiene el Gobierno de EspañaPresume de crear más de 30.000 empleos públicos. Y es verdad: de hecho, la creación de empleo en España con Pedro Sánchez -que ya lleva tres años largos en Moncloa- ha sido, preferentemente, a cargo del Estado. Eso no sólo crea una burocracia cada vez mayor -en el caso de España, un Estado central y otro autonómico, pues no dejamos de crear nuevas instituciones, nuevos organismos-. Es peor: es que, además, la productividad del empleado público es mínima y la posibilidad de reducir su volumen cuando no se necesitan sus servicios es inexistente, por aquello de la plaza en propiedad.

Uno sería más feliz si el pasado martes 27, el Consejo de Ministros hubiera anunciado -se trataba de un mero balance de decisiones ya tomadas- la creación de más de 30.000 puestos de trabajo con la creación de una industria, aunque fuera pública, que fabricara, qué sé yo, mascarillas, o vacunas contra el Covid. O un plan de contratas para carreteras que hiciera que fueran inversores privados los que pagaran las vías públicas, tanto su construcción como su mantenimiento, además de mantener muchos puestos de trabajo privados.

Porque esa es otra: el Plan de Recuperación con fondos europeos subvenciona empresas pero no crea puestos de trabajo, como mucho, mantienen los que ya existían.

La digitalización reduce el uso del papel pero no el número de trámites obligatorios. Antes al contrario, los multiplica y enrarece: la digitalización fomenta la burocracia.

Hasta ahí la burocracia pública. Pero luego está la más silente, casi invisible, burocracia privada. No sólo vivimos en una sociedad burocratizada sino también en una sociedad hiper-regulada. Cuidado con esto.

Ejemplo, conozco el caso de una agencia de valores, dedicada a rentabilizar los ahorros de sus clientes. Hace tres décadas, la plantilla era de tres gestores y un administrativo. Hoy, gracias a los requerimientos burocráticos y funcionariales de la ley, la CNMV y otros organismos reguladores, o sea, burocráticos, la plantilla la componen los tres mismos gestores más 10 trabajadores dedicados a gestiones administrativas. Han crecido pero poco a poco porque su negocio depende de los gestores, no de los administrativos.

A medida que se reduce, no sólo el número de instituciones públicas y funcionarios sino también la regulación de una actividad, aumenta la responsabilidad individual… que es de lo que se trata.

Recuerden que la lucha contra la burocracia no es la lucha de lo privado contra lo público sino de lo grande contra lo pequeño.

Por último: la solución contra la burocracia que nos asfixia no es la digitalización que, precisamente, multiplica la regulación. La digitalización reduce el uso del papel pero no el número de trámites obligatorios y no productivos. Antes al contrario, los multiplica y enrarece. La digitalización fomenta la burocracia.