El predicador de moda se llama Jacques Philippe. Recomiendo todos sus libros, pero hoy toca recomendar uno que no figura entre los más conocidos -aunque ya va por la quinta edición-, titulado "La felicidad donde no se espera". Es lo bueno que tienen estos predicadores brillantes que, verbigracia, te analizan las bienaventuranzas, que has escuchado mil veces... y te resaltan lo que tú no has descubierto jamás. ¡La rutina es poderosa entre los hombres, amigo Sancho! 

La principal función de un gobierno es hacer cuanto menos mejor, y el único mandamiento que deberían aplicarse es el undécimo: no molestar. Pero tampoco los tribunales imparten justicia, sólo imparten legalidad

El amigo Jacques analiza en esta obra el estrambote de la Bienaventuranzas, aquello de "si alguien te golpea en la mejilla derecha ponle también la otra", un consejo que los naturales de Ventanielles, insigne barrio bajo de la aún más insigne alta capital de Vetusta, también conocida como Oviedo, siempre hemos contemplado con sospecha. En primer lugar, Philippe dice eso: "Es mejor soportar el mal que cometerlo", cuando en Ventanielles apostábamos por el "yo no soy rencoroso: hago la perrería y me olvido enseguida". 

Es decir, una apuesta por la literalidad de la frase evangélica, por la mansedumbre total. Y hay que ser muy valiente para ser manso. Para devolver la bofetada no hace falta ni coraje: sólo instinto. Pero poder devolverla sin ningún temor al ofensor y encima aguantarse las ganas de hacerlo para no propagar el mal... ¡para eso se necesita madera de héroe!

Pero luego dice otras cosas. Por ejemplo, que "sólo el perdón detiene la propagación del mal". Aquí volvemos al no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón... y el perdón de poco sirve sin el arrepentimiento, entre otras cosas porque "debemos ser conscientes de que la justicia humana no puede resolver todos los problemas del mundo". 

¿Y los gobiernos, pueden resolverlos? Eso Philippe ni se lo plantea. No lo expresa así, claro, pero yo sospecho que este cura, aunque nunca se mete en política, pertenece a ese grupo de seres sensatos que consideran que la principal función de un gobierno es hacer cuanto menos mejor, y el único mandamiento que debería aplicarse un Ejecutivo sería el undécimo: no molestar. Pero tampoco los tribunales imparten justicia, sólo imparten legalidad. 

Quizás por ello, algunos sólo creemos en el político que no tiene ninguna aspiración de llegar al poder y sabemos que los tribunales de justicia también aplican leyes injustas. Vamos, que servidor sólo cree en la Justicia Divina y trata de huir tanto de gobernantes como de jueces. Ácrata que es uno.

Y ojo, también dice Philippe que "no debemos oponernos al otro sino a lo que en nosotros corre el riesgo de convertirse en violencia contra el otro". Advierte que claro que hay que defender la justicia, sobre todo, no los derechos propios, sino los derechos del débil. Pero eso es otra cosa.

"No debemos oponernos al otro sino a lo que en nosotros corre el riesgo de convertirse en violencia contra el otro", pero claro que hay que defender la justicia y, no los derechos propios, sino los derechos del débil

En cualquier caso, volviendo a la mejilla abofeteada, "no hay responder al mal con el mal" por una sencillísima razón: "sólo el perdón detiene la propagación del mal". La mera justicia distributiva no da para mucho y constituye el mito de Sísifo de la gobernanza humana: está condenada al fracaso.

Philippe aporta uno de los mejores ensayos de ciencia política que he leído en los últimos años. Y soy tan masoca que leo muchos ensayos sobre política.