Cuando me entregaron el libro escrito por el gallego Javier Trigo, editado por la Universidad de Navarra, torcí el gesto. El título 'Dios es deportista', me pareció casi irreverente
Cuando me entregaron el libro escrito por el gallego Javier Trigo, editado por la Universidad de Navarra, torcí el gesto. El título Dios es deportista me pareció casi irreverente. Pero, sobre todo, torcí el gesto porque no soy muy aficionado ni al deporte -como Chesterton prefiero el buen comer y mejor beber- y porque el deporte rey, el que practiqué en mi juventud, el fútbol, se ha convertido en un espectáculo de cretinos millonarios regidos por multimillonarios cretinos. Con las consiguientes excepciones... naturalmente. Sin ir más lejos, los jugadores del Real Oviedo, gente íntegra.
Pues bien, me equivoqué. Cosa rara en mí, como todos ustedes saben. Dios es deportista merece la pena ser leído. La obra se aproxima a las 400 páginas y sigue un método inductivo. Aunque el gran Hilaire Belloc insistiera en que el pensamiento inductivo no es pensamiento en modo alguno... bueno, todos sus admiradores sabemos que del gruñón de Belloc hay que hacer mucho caso de sus ideas y poco de sus palabras.
Pues bien, Trigo ha planeado la inducción: comienza con ejemplos reales de acontecimientos deportivos, por cierto, con una narración puntillista muy atractiva.
En el juego, es decir, en el deporte, al igual que en la política, la primera máxima es siempre la misma: el que se enfada, pierde
Claro que cuando uno relaciona los casos que expone Javier Trigo con el futbolista -el deportista más reconocido en nuestra sociedad- cargado de tatuajes, presunción y dinero, ajeno a cuanto ocurre a su alrededor, sólo pendiente de su carrera profesional, con más ego que un presidente del Gobierno, empieza a comprender por qué Trigo ha utilizado como modelo de deportividad a más promotores del deporte, incluso a soldados de la Primera Guerra Mundial, que a deportistas, propiamente dichos.
Pero Trillo sabe distinguir entre el mundo del deporte y el del espectáculo deportivo, "a veces tan ajeno a lo verdaderamente importante", como decía uno los reseñados por el autor, José María Cagigal, el creador del INEF que décadas después sigue siendo el gran centro español de educadores deportivos.
Digo método inductivo porque Trigo inicia sus capítulos con un ejemplo -muy bien narrados, por cierto- de un relato de competición deportiva, seguida de reflexiones. Pero como sucede con los buenos relatos, sólo con los buenos, ya en el relato incluye la reflexión. Ya saben, es la ventaja de las noticias sobre las páginas editoriales: las tesis que más calan en el lector no están en éstas sino en aquellas. En cualquier caso, la historia de Jesse Owens ante Hitler, la de la surfera a la que un tiburón rebanó el brazo pero no cedió en su empeño, la miseria a partir de la que una corredora africana consiguió ser medalla de oro de atletismo, o el campeón austriaco de esquí que deseaba una medalla de oro como el que más pero no duda en ayudar a su amigo británico... pues es algo que te hace valorar de nuevo el deporte como ejemplo de superación y de esa virtud tan olvidada en el siglo XXI que es la fortaleza: superarse, no quejarse y no envanecerse. Es decir, eso que hace tiempo llamábamos deportividad.
El fútbol, el deporte rey, se ha convertido en un espectáculo de cretinos multimillonarios regido por multimillonarios cretinos
Dios es deportista porque ama el juego, el porqué del juego y el fruto del juego. De hecho, la vida no es un azar, es un juego.
Me quedo con el último de los relatos, la vida de María de Villota, la piloto de fórmula 1, a la que Dios concedió la gracia de un accidente del que salió sin un ojo pero con vida... para durante un breve intervalo, el suficiente para convertirla en una gran vitalista, fallecer. En ese lapso escribió el libro titulado La vida es un regalo. Y encima es un regalo hermoso.
Javier Trigo ha escrito un libro ameno y útil, en ocasiones emocionante. Nos ha recordado el espíritu del juego, de la misma forma que esos grupos musicales que, si bien no consiguen convertirse en ídolos, se mantienen en el número dos a lo largo del tiempo por una sola condición: son alegres.
Es curioso, cuando Javier Trigo fue director general de Deportes de la Comunidad Foral Navarra, antes de la llegada de los orcos de Mordor, esa simbiosis antinatural de socialistas y proetarras que hoy lidera María Chivite, Trigo popularizó 'el tranqui', un muñeco que acudía a competiciones deportivas para que, más que los niños deportistas, sus señores padres, se comportaran con deportividad.
Porque en el juego, es decir, en el deporte, como en la política, la primera máxima es siempre la misma: el que se enfada, pierde.