Recuerden aquella película sobre la postguerra mundial en Japón. Aquel oficial encargado de civilizar a un pueblecito japonés exclama: a estos amarillos les hago yo demócratas aunque tenga que fusilarlos a todos. Algo parecido está pasando con las vacunas Covid en todo occidente.

Entro en el despacho de un presidente del Ibex y me dice:

-¿Te habrás vacunado ya, verdad?

Estoy a punto de responderle que no, a ver si me echa del despacho. Pero el caso es que sí me he vacunado porque a la fuerza ahorcan… pero sigo pensando lo mismo que pensaba antes de que me colocaran la doble pauta” -¡menuda expresión más hortera esta de la doble pauta!- y sigo felicitando a quien apuesta por la inmunización natural. Pero se lo van a poner muy difícil.

Porque la presión vacuneril aumenta día a día. Me lo cuenta un amigo, ojo, pro-vacuna: Mi mujer y yo nos menos vacunado. Total, pase lo que pase, ya somos mayores. Pero ahora me dicen que vacune a mi hija, a la que aún no le ha venido el periodo. Y estoy temblando.

Y no es él único que se encuentra en idéntica tesitura.

La pregunta sigue en pie: ¿influyen las vacunas sobre la capacidad generativa del ser humano?

El poder que nos ha metido las vacunas por las orejas, no admite ni la menor discusión sobre los jarabes de Pfizer, Moderna y compañía. Hasta las preguntas menos capciosas sobre las vacunas Covid constituyen una desviacionismo intolerable, que fuerza a abandonar platós de TV y conversaciones entre amigos (mucho más grave esto que aquello).

Prohibido discutir las ‘evidencias científicas’, generalmente presentadas por gente que tiene poca idea de la noción de ciencia empírica y mucho menos de la noción de evidencia filosófica.

Repitámoslo, porque parece necesario: si algo es evidente no necesita demostración científica: se ve; si es científico es porque no es evidente… y la evidencia vale más que la ciencia, al menos que la ciencia empírica.

Pero a lo que estamos, Fernanda: digo que este amigo participa de una opinión, que es también sospecha, sobre las vacunas -sin ninguna base científica ni racional, naturalmente- sobre los efectos a largo plazo de las mismas y, atención, muy en particular, de los efectos sobre la fecundidad del ser humano. En Occidente no tenemos hijos y hemos perdido nuestra responsabilidad sobre la subsistencia de la raza humana pero seguimos teniendo el instinto de procreación. En plata: que mi amigo, y otros muchos, tienen miedo de introducir en sus seres menudos -niños, adolescentes, jóvenes, adultos en edad de procrear- que empiezan su vida, que no están de retirada de la misma.

El miedo de fondo es que las vacunas Covid reduzcan la capacidad generativa de hombres y mujeres.

¿Por qué? No hay un porqué, es una intuición colectiva. Y estoy dispuesto aceptar el muy cientifista -porque de científico no tiene nada- de que ese miedo se debe a la ignorancia y que un sólido saber científico acabaría con la inquietud.

En ese caso, sólo puedo insinuar lo del inicio: que el Nuevo Orden Mundial (NOM) ha impuesto las vacunas Covid sin opción a réplica y amenazando con los males del infierno a quien se atreva a oponerse a que le introduzcan algo cuyo origen y cuyos efectos desconoce. En cualquier caso, se ha decretado que quien ose oponer la menor pega es un fanático que está provocando la muerte de sus vecinos.

Es decir, nos imponen la vacuna pero no se toman la molestias de explicarnos los contras que, al menos como hipótesis científica puedan acarrearnos.

Nos imponen la vacuna pero no se toman la molestias de explicarnos los contras que, al menos como hipótesis científica puedan acarrearnos

No se nos ha explicado nada sobre las vacunas simplemente nos han ordenado que nos la pongamos. Y si algún periodista se atreve a hablar de efectos secundarios del jarabe -no digamos nada si pone en solfa el misterioso origen de la enfermedad- es tratado como un ultra peligroso. 

Pero la pregunta sigue en pie: ¿influyen las vacunas sobre la capacidad generativa del ser humano? ¿Hay que inocular a niños y jóvenes?