Hablaba el psiquiatra vienés Viktor Frankl -ya saben: quien tiene un porqué para vivir acabará encontrando el cómo- que, tras los campos de exterminio nazis, la sociedad estaba siendo bombardeada anímicamente con un misil letal: el sinsentido de la vida. Eso daba lugar al fatalismo. Y cuando el determinismo fatalista reina en el mundo, no hay manera de hacer ni de renacer.

Ahora bien, la historia no es la historia del universo ni de la humanidad: es la historia del hombre. El mismo Viktor Frankl, cuenta que, en un campo de concentración de Baviera, un oficial de las SS se gastaba dinero de su bolsillo en la compra de medicamentos, en la farmacia del pueblo próximo, para sus presos… al mismo tiempo que un “capo”, es decir, un prisionero nombrado por los nazis para vigilar a sus compañeros, maltrataba a esos mismos presos con saña inigualable. A veces, el comportamiento humano incluso contradice al tópico.

Ante la pandemia, no sólo vamos a tener que confiar en Dios, algo que deberíamos hacer siempre, también debíamos, o debemos, confiar en el hombre.

¿Lo dices tú, Eulogio? ¿El mismo que se ha resistido a vacunarse durante meses y que, aún después de hacerlo por presión de sus próximos sigue sin creer en las vacunas ni en la mayor parte de las mentiras propaladas por el poder sobre el virus? Sí, lo digo yo. No me gusta que me mientan ni confío en los científicos -de los políticos mejor no hablo-. Es más, no estoy hablando de confiar en los médicos, estoy hablando de confiar en los pacientes. En el omnipotente sentido común del hombre común, vacunado o no, que vuelve al machadiano “todo es poco más que algo menos”. El mismo hombre común que sabe que de algo hay que morir, y que sabe también que, independientemente de saber quién y con qué intenciones ha propagado este virus, debe convivir con él, porque la vuelta a la normalidad es algo imprescindible, no para acabar con el virus sino para no terminar en la locura.

Si no queremos confiar en Cristo -que es mi primer consejo-, al menos confiemos en el hombre. Porque insisto: peor que el virus es la demencia.

Por lo demás, en la actualidad todo sigue igual. El sinsentido -otro sinsentido más del covid- de las restricciones está provocando enfrentamientos entre noctámbulos y policías. ¿Qué esperaban?

En el entretanto, el fracaso de las vacunas como terapia frente al covid, nos lleva a la persistencia en el error: tras la tercera dosis, vendrá la cuarta.

Al final, se impondrá un cierto sentido común también entre los sanitarios y entre algunos dirigentes no especialmente enloquecidos.

Pero no olvidemos, como Viktor Frankl, que la cepa más temible de este virus es el fatalismo.