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Hoy el mal tiene mucho poder y las herramientas principales de comunicación y financieras están a su disposición. Sin ir más lejos, el lío de lo de Trump sí o Trump no es un enorme botón de muestra de cómo está el mundo, y si finalmente saliera reelegido, la soberbia del maligno no permitirá que se vaya de rositas. Sin duda, los Biden morirán matando. Y si sucede todo esto, podría desencadenar una especie de tercera guerra mundial que deje mucha ruina y dolor, como todas las guerras. No quiero ser catastrofista pero los signos del mal son la desesperanza en forma de ruina y dolor. Una guerra violenta donde no habrá sangre pero sí hemorragias de pérdida de libertad. Una guerra donde el potro de la imposición ideológica someterá a los ciudadanos en nombre de la sacrosanta democracia.
Es común pensar que esto no es más que un desajuste de opiniones políticas. ¡Ojalá! Pero esto no es más que la costra de lo que permite que se vea el sistem deep o Política profunda, término acuñado por el investigador y académico Peter Dale Scott. Todo lo que hoy sucede es la consecuencia de la guerra que se viene dando desde hace siglos entre las dos principales formas de concebir la vida: el anglosajonismo y la hispanidad. O dicho de otra forma, entre el neoliberalismo frente a la solidaridad.
El icono cultureta de la derecha, Arturo Pérez Reverte, en su locuaz entrevista con el infame y desacreditado periodista Iñaqui Gabilondo, se descolgó con una frase en mármol que le llevará hasta la tumba por ignorante, al menos de la historia y la historia de la religión, cuando el entrevistado dijo aquello de en Trento los españoles metimos la pata hasta el corvejón. O, mejor dicho, nos equivocamos de Dios. ¡Pobre Arturo, ¡con qué júbilo los evangelistas se hicieron eco! Según él nos equivocamos de Dios porque seguimos rezando beatamente y no elegimos las riquezas de la tierra como vehículo de santidad. Es evidente que el luteranismo trajo como principal valor la búsqueda de las riquezas de este mundo a cambio de la gloria del cielo, dejando su salvación eterna al azar de un dios ludópata que, según ellos, juega con nosotros como si fuésemos fichas de una ruleta del casino de la muerte.
Lutero y los príncipes que sufragaron su error trajeron el vaciado espiritual de la sociedad. En el lado contrario, está el hispanismo, es decir, el proyecto católico de la universalidad del amor por el hombre, nos lleva a pensar en la vida de las demás personas
Es verdad que Lutero y los príncipes que sufragaron su error, por mero calculismo político, trajeron el vaciado espiritual de la sociedad y, como consecuencia de esto, el premio era la prosperidad personal, es decir, que la prosperidad era signo visible del favor de Dios, lo que desencadenó las políticas pragmáticas, el liberalismo económico y laboral con los desaguisados e injusticias que eso terminó generando en la historia de la revolución industrial y la esclavitud. Quizá, y solo digo quizá, sea también el revulsivo del marxismo y sus degeneradas ideologías como el comunismo y todos los derivados enemigos de la humanidad. En el lado contrario, el hispanismo, es decir, el proyecto católico de la universalidad del amor por el hombre, nos lleva a pensar en la vida de las demás personas. También a la vida eterna cuando trabajamos y generamos riqueza con el que convertimos el trabajo en un medio y no en un fin, porque lo nuestro -lo de todos los hombres y mujeres del mundo- es llegar al cielo, el mayor tesoro.
La cultura anglosajona se impone en la sociedad, no por sus valores, sino por el sentido liberal de la filosofía protestante del trabajo y las riquezas como si fueran estas la consecuencia de un bondadoso quehacer. Una forma de ver a las personas como escalones necesarios dispuestos al mero provecho, porque para eso Dios le ha puesto donde está. Contemplan al hombre como hacedor absoluto y Dios se convierte en espectador, porque haga lo que haga el individuo, su suerte está echada. No importa el bien o el mal que pueda hacer. No importa el sentido trascendente de su labor porque no contempla un fin el más allá, solo el salto de la bola de la suerte si le toca o no ir con Dios o a la caldera eterna. Al final parece ser que todo es una cuestión de suerte.
En la cultura anglosajona no importa el bien o el mal que pueda hacer. No importa el sentido trascendente de su labor porque no contempla un fin el más allá, solo el salto de la bola de la suerte
La cultura anglosajona no comprende que todo procede de Dios y debe volver a él. Solo ve cosas y personas de las que debe aprovechar para ser consecuente con su fe achatada por una espiritualidad puritana que le obliga a parecer pero no a ser.
La batalla que libramos en el mundo de hoy es una batalla para alcanzar el poder supremo terrenal. Estados Unidos lo está escenificando: los demócratas de Joe Biden aspiran al poder para deconstruir al ser humano desnudo, un trozo de carne que pasta feliz por la vida; y el cristianismo que representa Donald Trump con los republicanos busca que la sociedad sea un lugar de convivencia, de orden, de ley, con una referencia a un valor más alto que el propio presidente de los Estados Unidos de América: Dios.
Lutero 500 años después (Rialp) de Pablo Blanco y Joaquín Ferrer. Cuando se cumplió el aniversario de la rotura de la Iglesia hubo quien quiso quitar importancia, incluso quien habló de plan de Dios para diversificar su creencia en Él. Este libro trata sobre aquella reforma luterana que no solo fue religiosa, también influyó definitivamente en la concepción del hombre y por ende la sociedad.
Por qué somos católicos (Palabra) de Trent Horn. Confío este libro a los que están lejos de la Iglesia católica, ya sean fieles alejados o alejados sin ser fieles. Y ya que he citado en el artículo a Arturo Pérez Reverte como ignorante en materia religiosa, seguramente absorta su intelectualidad por tópicos que van y vienen facilonamente, también se lo recomiendo a él. Una obra sencilla destinada a los que no comprender eso de ser católico o que se creen que ser católico es ser un meas pilas.
La religión de la sociedad secular (Thémata) de Javier Álvarez Perea. Aquí se expone la traslación que ha experimentado lo sagrado desde el ámbito transcendente hacia la sublimación de las formas políticas vigentes. La secularización no es solo una pérdida del sentido religioso, desencantamiento del mundo o desacralización de la vida cotidiana. Lo sagrado no desaparece sino que queda eclipsado o experimenta una transposición en favor de la esfera.