México es un pueblo salvaje, capaz de todo lo mejor y de todo lo peor. Por ejemplo, es capaz de todos los crímenes y de todas las conversiones pero, ojo, no se engaña a sí mismo. Puede ser un asesino pero sabe que lo es. En el mexicano cabe el crimen pero no disfrazar el crimen como filantropía o derecho, se engaña mucho menos que otros pueblos como el español o el argentino. Cuando se porta mal es perfectamente consciente de que se está comportando como un cabrito con lunares verdes y vistas a la calle. No esconde su maldad e incluso se enorgullece de sus salvajadas, pero no miente. Hablo del México del siglo XVI, ahora tan reivindicado por AMLO y del México de los cristeros del siglo XX. 

A partir de 1524, con la llegada de los primeros frailes franciscanos españoles a Tenochtitlan, actual ciudad de México y entonces capital del imperio de Moctezuma, ya conquistado por Hernán Cortés, se produce una masiva conversión de los aztecas y otros pueblos indígenas al Cristianismo, llegándose a contabilizar más de 9 millones de bautizos durante los cuatro años siguientes. Las crónicas narran que hacia el final de cada jornada los presentes debían ayudar a los sacerdotes a levantar los brazos para terminar el rito del bautismo entre los indígenas. Conversiones verdaderas (las forzosas estaban prohibidas desde los Reyes Católicos) del fondo del corazón y del modo de vida -asegura Hernán Cortés- que incluían un drástico abandono de costumbres ancestrales, como la poligamia o los sacrificios humanos, que fueron terminantemente prohibidos por el conquistador español.

Cuenta ese genio que es Antonio Yagüe en su Guadalupe, Milenario Río de Luz, que las conversiones, así como la victoria de Hernán Cortés, con cuatro soldados y medio frente a un imperio, no hubiera sido posible si no fuera por la altura moral del cristianismo frente a los ritos ancestrales. 

América es la obra de los misioneros españoles que convirtieron el salvaje mundo hispano en un continente de hijos de Dios. Ahora hay que recristianizar, de nuevo, la Hispanidad. Empecemos por la madre patria

En plata, que el indio medio estaba hasta el gorro de las salvajadas de sus jefes y vieron en el español a un libertador. Estaban hartos de que cualquier eclipse de sol precisara de centenares de sacrificios humanos para aplacar a los dioses, de aquella tiranía que era sangrienta, machista y abominable. 

Cuando alguien, el católico Hernán Cortés, les propuso una vida digna, más libre, más humana, más civilizada, se rebelaron contra sus jefes, apoyaron al conquistador y acabaron con Moctezuma.

Por tanto, ahora quien quiera destruir la obra española en Hispanoamérica, se ve obligado a mentir acerca de la historia.

La llegada de Andrés Manuel López Obrador, alias AMLO, al poder en México (a ver cuándo se marcha este embustero de guardia), cinco años de narcisismo sanchista en España, las no menos relevantes asonadas -tranquilos, muy democráticas- del impresentable Gustavo Petro -'el Cacas'- en Colombia y la del ídolo de Podemos, Gabriel Boric, en Chile, la instauración del peronismo más engañabobos, demagogo y corrupto de Fernández&Fernández en la Argentina, todo ello para culminar con el regreso de Brasil al reverso tenebroso, con el sinvergüenza de Lula da Silva convertido en líder mundial, ha instaurado el indigenismo progre y cristófobo en Hispanoamérica, desde Río Grande a Tierra de Fuego, pasando por el Palacio Real de Madrid, asimismo usurpado por el Nuevo Orden Mundial (NOM).

La ola de indigenismo progre y cristófobo que recorre Hispanoamérica sólo puede conjurarse con una re-evangelización de América... previa evangelización de España, supongo. Nuestra Señora de Guadalupe tiene trabajo

Conclusión. Europa necesita recristianizarse pero América, también: Estados Unidos es la obra de los misioneros españoles. Siglo XXI: es el momento de que se mantenga en Europa pero vuelva a mirar más allá del océano. Es hora de que los franciscanos vuelvan a bautizar: hay que recristianizar Hispanoamérica, donde viven la mitad de los católicos del mundo.

En resumen, América es la obra de los misioneros españoles que convirtieron el salvaje mundo hispano en un continente de hijos de Dios. Ahora hay que recristianizar, de nuevo, la Hispanidad. Empecemos por la madre patria.

La ola de indigenismo progre y cristófobo que recorre Hispanoamérica sólo puede conjurarse con una re-evangelización de América... previa evangelización de España, supongo. Nuestra Señora de Guadalupe tiene trabajo.