De nada vale que cambie la política si no cambia la sociedad, de la cual la clase política no es más que un borroso reflejo. 

Aquí también opera la blasfemia contra el Espíritu Santo, la marca de fábrica del siglo XXI, y me temo que, o lo entendemos así o no entenderemos nada de lo que ahora mismo ocurre en España y en Europa. 

Blasfemar contra el Espíritu, ese pecado que no se perdonará ni en este siglo ni en el venidero, no es más que la inversión máxima de los principios morales. Es decir, ya no se trata de hacer el mal, ni tan siquiera de excusar el mal, ni tan siquiera de defender que el fin justifique los medios o de asegurar que el bien no existe y que el amor es pura química. Todo eso pertenece al relativismo del siglo XX. Tenemos que entender que el siglo XXI es otra cosa: es el siglo donde se ha decretado que hay que adorar al mal, que lo malo se ha convertido en lo bueno, lo verdadero en lo falso y lo hermoso en lo feo.

Por tanto, ante ese giro copernicano, no es el gobierno el que cambia a la sociedad sino el que la secunda. En plata: el degenerado Pedro Sánchez no hubiera llegado a presidente si nosotros no hubiéramos degenerado, no hasta permitir el mal y no enfrentarnos a él sino hasta la blasfemia contra el Espíritu: hasta la veneración del mal.

Sánchez no es más que un Narciso, patéticamente enamorado de sí mismo. Si los españoles recuperaran el sentido no se enojarían con él: le perdonarían sus barbaridades con un piadoso: 'pobre ególatra'

Sánchez no es más que un Narciso, patéticamente enamorado de sí mismo. Si los españoles recuperaran el sentido no se enojarían con él: le perdonarían sus barbaridades con un piadoso: 'pobre ególatra'. 

Los que tenemos que cambiar somos nosotros. Tenemos que volver a Cristo. Lo de menos es qué partido político ocupe Moncloa. Con una España degenerada tendremos un gobierno degenerado, sea con las siglas que sea. A un país no le cambia un gobierno, le cambian sus ciudadanos... y con un poco de suerte son esos mismos ciudadanos los que cambian al gobierno. 

Entonces, ¿el cristiano no tiene por qué ser coherente a la hora de votar? Sí, debe ser muy coherente con los principios cristianos, y los elegidos mucho más. Sólo pido un punto de escepticismo sobre los resultados del 23-J. Créanme: tampoco son tan importantes. Vote en coherencia con sus principios, no con los de España, sino por su coherencia personal, y luego quédese muy tranquilo.