¿Qué es la fe? Fue la pregunta de un examen en clase de religión (sí, todavía hay colegios donde se enseña a rezar a los chavales, en algunos, incluso a creer, es decir, a pensar) dirigido a un público adolescente. La respuesta de uno de ellos fue la siguiente: "fe es una cosa que nos da Dios para poder entender a los curas". 

Y esto es bello e instructivo, una respuesta que supone profundos conocimientos teológicos, además de una vasta experiencia vital, amén de una perfecta definición de lo que muchos, millones de personas, me temo, entienden por fe. 

Dios no regala la fe a quien no se la pide porque un regalo general es algo tan tonto como un aprobado general. Si apruebas a todos, no discriminas entre el buen alumno y el vago

Como son muchos los tratados sobre la primera virtud teóloga, y no me extraña que sean muchos, porque aunque la caridad sea más importante y la esperanza más agradable, la cosa empieza por la fe, evitaré dar cualquier tipo de definición. Si la desean acudan al catecismo. 

Me centraré en una sola idea: para creer hay que querer creer. No conozco a nadie que, pidiendo la fe, queriendo creer, no haya acabado creyendo. No conozco a nadie que después de repetir: "Señor, si existes, dímelo", no haya recibido, más pronto que tarde, el regalo de la fe. 

De acuerdo, que te toque la lotería… pero compra el billete

Porque claro, si resulta que la fe es un don de Dios, y lo es, cabe preguntarse por qué Dios no se lo concede a todo el mundo. Pues porque un regalo general es algo tan tonto como un aprobado general. Si apruebas a todos, no discriminas entre el buen alumno y el vago. Si regalas a todos no discriminas a quién quieres y quién te es indiferente. Y además, lo del Guerra, el torero, no el político: lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.

Por lo tanto, la fe es un don de Dios, sí, pero también hay que querer la fe, pedirla. ¿por qué otorgarle la fe a quien no la pide? Es decir, es un regalo de Dios que el hombre debe aceptar, porque de lo único que no se puede liberar el ser humano a lo largo de toda su existencia es, precisamente, de su libertad. Hemos sido creados libres por Dios y una de las facultades de nuestra libertad individual consiste en poder negarnos a aceptar los regalos de Dios.  

Si abundan los incrédulos es porque ese ser llamado hombre sospecha que el regalo de la fe conlleva un compromiso de vida, que puede calificarse como ustedes quieran: espléndido, formidable, maravilloso, entusiasmante... pero siempre esforzado

Y después de tan espléndida teoría, pasemos a la práctica que suele resultar mucho más prosaica, pero mucho más útil: lo que estoy diciendo es que la excusa del yo quisiera creer, pero no creo porque Dios no me ha dado el regalo, es una chorrada ignominiosa. Si quieres creer, acabas creyendo, porque Dios está deseando concederte ese regalo. Ahora bien, considero que ese ser llamado hombre sospecha que el regalo de la fe conlleva un compromiso de vida, que puede calificarse como ustedes quieran: espléndido, formidable, maravilloso, entusiasmante... pero siempre esforzado.  

Por otra parte, recuerden el viejo chiste del hombre que le pedía a Dios, una y otra vez, que le tocara la lotería, hasta que oyó una voz del cielo que le dijo: “De acuerdo, te tocará la lotería pero haz el favor de comprar el décimo". Pide la fe. 

Mucho me temo que la decisión sobre si creo o no creo no puede postergarse mucho más. Esto ha sido una realidad a lo largo de la historia para cada uno. Mucho me temo que ahora mismo, en el siglo XXI, pueda resultar un ultimátum para el conjunto de la humanidad

Y la última nota al margen: la fe, por sí misma, no sirve para salvarse. El infierno está lleno de creyentes.

Y mucho me temo que la decisión sobre si creo o no creo no puede postergarse mucho más. Esto ha sido una realidad a lo largo de la historia para cada uno. Mucho me temo que ahora mismo, en el siglo XXI, pueda resultar un ultimátum para el conjunto de la humanidad.