Jesús en su tiempo y estrella
Termina el tiempo litúrgico de la Navidad este domingo 9 de enero, con la celebración del Bautismo de Cristo o transición de la vida oculta del Redentor, diez veces más larga que su vida pública, lo que demuestra que los tiempos de Dios no son los de los hombres... ni hacia arriba, ni hacia abajo.
Ya hemos dicho que la festividad de la Epifanía, o manifestación de Dios a los hombres en carne mortal -para entendernos, los Reyes Magos-, es festividad anterior a la propia Navidad y, en cualquier caso, ninguna fiesta tan española como la Epifanía, que exportamos a Iberoamérica y a todo el mundo, incluido a quienes no tienen la suficiente clase para celebrarla, como los anglosajones.
Los Magos de Oriente son personajes reales, no como Papá Noel, o como el espíritu Navideño y otras zarandajas. Por eso, no se quedan en moda pasajera sino en tradición inmutable.
Pero el punto de la Estrella de Belén que guiara a sus Majestades es difícil de explicar. Ahora bien, no me preocupa lo inimaginable sino lo inconcebible y, por eso mismo, no creo que los cristianos debamos renunciar a explicar con razonamientos humanos las percepciones divinas. Entre otras cosas, porque no hay nada más natural que lo sobrenatural.
Nada tan español, ni tan profundo, como los Reyes Magos de Oriente. La fiesta de la Epifanía es anterior a la celebración de la misma Navidad
Vamos con la estrella que guió a los magos hasta el portal de Belén. Daniel-Rops, en su trilogía sobre la Biblia (El pueblo de la Biblia, Jesús en su tiempo, y La Iglesia de los apóstoles y los mártires) pergeña estas posibilidades, que conviene leer con detenimiento. Ahí va:
“Viene ante todo a la mente la de una Nova, la de una verdadera ‘estrella nueva’, como la que apareció en 1918 en Aigle o como la que vióse en 1572 después de la noche de San Bartolomé, hipótesis que tiene en su contra que ninguna petición de ese género señalóse en esa época por ningún autor digno de fe. ¿Cabría que fuese un cometa? Cuando el 10 de enero de 1910 el Halley fue visible en Jerusalén, observóse claramente el paso de su luz de este a oeste, difuminóse por Oriente y reapareció por Occidente, muy visible, lo que confirmaría la indicación del Evangelio.
Pero el cometa Halley pasó solamente por el cielo de nuestros países en el año 12 antes de J. C. y no en el año seis, y otros cometas señalados por los chinos en 4 y 3 antes de J. C. no parecen haber sido observados en occidente. Por otra parte los cometas, sometidos como todos los astros al movimiento diurno, apenas si pueden indicar una dirección precisa y, menos aún, señalar una casa en una ciudad. Kepler pensó que el fenómeno astral podía designar una conjunción de los planetas Júpiter y Saturno en el signo zodiacal de Piscis y, cosa curiosísima, calculó que ese fenómeno debió producirse en el año seis antes de J. C., cuando ignoraba él, totalmente, que esa es la fecha más probable del nacimiento de Jesús. En todo caso, el vocablo astro de la escritura puede perfectamente, según el sentido del griego, ser entendido no como estrellas, sino como fenómeno astronómico. También cabe pensar en ese magnífico fenómeno de la luz zodiacal, considerable claridad que se ve con bastante frecuencia y el oriente, en países de cielo puro, centrada sobre el sol poniente, y que siempre impresiona la imaginación. Por fin, en los mismos confines de la ciencia y la leyenda, Merejkowsky sostuvo que la escritura aludió a un fenómeno celeste sumamente raro, el de la precisión astronómica, o paso del punto equinocial del signo zodiacal de Aries al de Piscis, lo que hubiese significado para los magos babilónicos, obsesionados por la idea de un nuevo y esperado diluvio, la promesa del fin del mundo y el anuncio de una nueva etapa de la humanidad”.
Y todo esto quiere decir que aquello que los católicos tendemos a considerar leyenda en el Evangelio no lo es y tiene una explicación racional y unas hipótesis con el marchamo de científicas.
Otra cosa es que conozcamos esas explicaciones y esas hipótesis. El error del materialista no consiste en que no crea en aquello que no puede demostrar -eso es lo lógico y sensato- sino en no creer en aquello que él no puede demostrar... que es muy distinto.
Y con esto no quiere decir que todo materialista sea un perfecto cretino... sólo que puede llegar a serlo. ¿Y el cristiano? También puede resultar, no un cretino pero sí un ingrato, cuando cede en que el Evangelio sea leyenda... sin preocuparse de estudiarlo, tal y como es su obligación.