El caso Chesterton. Alerta global: la melancolía nos invade y la Güija vuelve a estar de moda
Alerta global, como diría Pablo Iglesias (¿Qué va a ser de mí, con Pablito mudo?): la melancolía nos invade… y la causa no es el virus, que a lo mejor el covid es consecuencia, no causa, tampoco el fascismo, que es una chorrada deliberadamente exagerada y que, en tal caso no debería preocupar a Iglesias sino a Abascal. No, la causa es que nos hemos alejado de Cristo y, por tanto, no podemos disfrutar de Él, así que nos comportamos como niños perdidos, por nuestra propia culpa, en un tris de echarnos a llorar, porque no sabemos dónde estamos y, sobre todo, no sabemos adónde ir. Un estado de melancolía que alguien definió con aquello de que “lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa”.
Vivimos el memorial de la adolescencia y primera juventud de Gilbert Chesterton. La segunda y definitiva juventud le vendría con su conversión, que oficialmente no le llegó hasta los 42 años de edad, pero ya en su juventud apuntaba maneras: “Cuando ateos soporíferos venían a explicarme que sólo existía la materia yo escuchaba sumido en una especie de desasimiento, porque tenía la sospecha de que lo único que existía era la mente”.
Es entonces cuando Chesterton conoce a un satanista, sumido como estaba en aquel ambiente londinense de finales del siglo XIX, en un Londres, capital del mundo, poblado por ‘snobs’ decadentes, aquello en lo que se convirtió la Inglaterra victoriana. Chesterton y su hermano Cecil practicaban la Ouija, de moda otra vez ahora, en el siglo XXI, que no deja de ser, al menos muchas veces, la puerta de entrada de Satanás en el alma humana.
El hombre de hoy, alejado de Cristo, parece sumido en un estado de melancolía enfermiza y ociosa… tan snob como satánico
Tras superar aquella etapa espiritista, Chesterton la calificó como “peste en el cerebro” que le sumió en “un estado de melancolía enfermiza y ociosa”. Era la época de un Chesterton agnóstico al que no le importaba que la Iglesia, en concreto la Sagrada Congregación de Ritos, acabara de condenar el uso de la tabla de escritura espiritista, es decir, la Güija, como aconseja la Real Academia Española, o Ouija.
Por aquella época, Chesterton conoció a un compañero de su curso de arte, adorador del diablo. En cierta ocasión, él oyó susurrar a un compañero que le animaba a traspasar un nuevo límite:
“Oí decir al adorador del diablo: “Te aseguro que he hecho todo lo demás; si hago eso, no sabré qué diferencia hay entre el bien y el mal… Sólo he sabido que murió. Pienso que se puede decir que se suicidó”.
Chesterton superó la melancolía, siempre demoníaca, no a través de una conversión paulina a Cristo, que llegaría viene años después, sino de una conversión a la gratitud por la vida. Él lo explica así: “La mera existencia, reducida a sus límites más primarios, era lo suficientemente extraordinaria como para resultar estimulante. Cualquier cosa era magnífica comparándola con la nada”.
La Iglesia prohíbe la ouija. Ahora, en el siglo XXI, marcado por el hecho de que el diablo anda suelto.
“La mera existencia, reducida a sus límites más primarios, era lo suficientemente extraordinaria como para resultar estimulante. Cualquier cosa era magnífica comparándola con la nada”. Este es el secreto
La Inglaterra victoriana ha vuelto en el siglo XXI: la espiritualidad se ha convertido en espiritismo, pero ya saben que nada hay más contrario a la fe cristiana que la superstición. El viejo materialismo se ha convertido en panteísmo, pan-ecologismo si lo prefieren. El viejo humanismo se ha trocado en maquinismo y animalismo, empeñados algunos en crear un nuevo hombre-máquina, con derivadas tan alabadas, tan científicas, y tan estúpidas, como la neurociencia, el trashumanismo y el ‘cyborg’. Finalmente, la nueva era (new age), más que convertirse, ha llegado a su destino natural: el satanismo.
¡Cómo para estar alegres! El mundo necesita la doble conversión chestertoniana; primero a la gratitud por la vida que hasta en su concepción más materialista resulta formidable. La segunda, que vendrá por sí mismo, la gratitud hacia el dador de la vida: la conversión propiamente dicha.
Por cierto, este ocultista con quien debatía Chesterton era nada menos que el satanista más famoso de la historia moderna, compañero suyo en la University College de Londres, llamado Aleister Crowley. Para quienes han leído sobre ocultismo no necesito explicarles más. Sólo recordar que la Güija es la puerta de entrada favorita para Satán. No hablo de posesiones diabólicas de cuerpo sino del alma, que son las habituales y menos cinematográficas, aún cuando a la posesión del alma suele seguir la del cuerpo.