El Grupo Marsans se pudre día a día mientras sus dos propietarios, Gerardo Díaz Ferrán y Gonzalo Pascual, insisten en mantener la agonía según su estilo tradicional: que me salve el Estado, el mismo que me regaló el Grupo que no he sabido gestionar, o que se atenga a las consecuencias: miles de trabajadores en la calle.

Los banqueros se quejan estos días de la inadmisible intromisión del Gobierno Zapatero para prolongar la agonía de Marsans, que no para salvarle. En concreto, los banqueros acusan a la vicepresidenta económica, Elena Salgado, y al ministro de Industria y Turismo, Miguel Sebastián, de llamar a los presidentes de la banca acreedora para que sigan prestando dinero a Marsans. Al menos, que sigan aportando fondos mientras Zapatero no consiga arrancarle a Díaz Ferrán un acuerdo laboral que recupere su imagen dialogante y pactista con los agentes sociales, ahora hecha pedazos. Naturalmente, en la patronal CEOE braman contra un presidente, dispuesto a pactar cualquier cosa con tal de que el Gobierno continúe exigiendo a los bancos que sigan soltando cuartos de cara a un acuerdo imposible.

La excusa, tanto de Zapatero como de Díaz Ferrán, es que ellos sólo tratan de salvar los 4.000 empleos directos de Marsans. Pero se trata de eso: de una excusa. Cada día que pasa el enfermo empeora y la única posibilidad de salida digna, la venta de la empresa, se complica más. Nadie quiere adquirir una compañía hiperendeudada. Prolongando la agonía de una empresa no se trabaja a favor de sus empleados sino todo lo contrario.      

Los jueces hacen lo mismo, porque Marsans ya tiene encima una petición de concurso de acreedores, obra de la Naviera Grimaldi -los hombres G le deben dinero hasta al panadero- pero no actúan. Lo que no se puede permitir es un Ejecutivo que utiliza a las empresas para conseguir una foto con los agentes sociales y unos empresarios que buscan lo mismo de siempre: que el dinero público salve sus negocios privados.

El estilo de Gerardo y Gonzalo, los hombres G, consiste en comprar al Estado a precio de saldo, montar empresas con las subvenciones que les proporciona ese Estado para reflotar las empresas que les han regalado, exprimir la compañía y, finalmente, cuando no queda jamón que cortar, darles el pase o hacer que el Estado vuelva a hacerse cargo de ellas. Así, yo también soy empresario.

Por otra parte, el espectáculo de un Gobierno presionando a la banca, a esa misma banca a la que no presiona cuando expulsa de su casa a una familia por no pagar la hipoteca del piso, resulta lamentable. O sea, resulta zapateril. 

Eulogio López

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