Esperanza repetiría en Madrid y Ana Botella aspiraría a la Alcaldía de la capital

La reciente Convención del Partido Popular no sirvió para renovar ideas, más que nada porque no se ofreció ninguna. Quizás por ello, Mariano Rajoy ha decidido que es el momento de volver a ocupar el proscenio de la actividad política a costa de inclinarse por alguno de los bandos que libran batalla en el seno del Partido Popular. Él ya no lo tiene claro : ha optado por los centro reformistas, y desechado a los conservadores. Para ser más exactos, ha optado por los progres del Partido Popular, aquellos que se definen a sí mismos como políticos de alma laica, para distinguirse de los democristianos, que nadie está muy seguro de saber quiénes son. Los políticos de alma laica son aquellos que en su momento estuvieron a punto de romper el grupo parlamentario del Partido Popular al apoyar la reforma del Código Civil que introdujo el matrimonio gay en España. Entre ellos se cuentan Gabriel Elorriaga, Celia Villalobos, Soraya Sáenz de Santamaría, José María Lasalle, Eduardo Zaplana, Núñez Feijóo, Josep Piqué o Ana Pastor.

Con ello, Rajoy responde a quienes en su formación temen que la táctica del PSOE, de aislar al PP e incluso hacerle parecer un partido de extrema derecha, tenga éxito. Por ello, la idea de Rajoy es asegurar Madrid, con Esperanza Aguirre que se presentaría a la reelección en la comunidad autónoma, en las autonómicas de 2007, y con Ana Botella, esposa de Aznar, de candidata a la alcaldía, en sustitución de Alberto Ruiz Gallardón.

¿Y dónde iría a parar el alcalde de Madrid? Pues nada menos que a la Secretaría General del Partido, en sustitución de Ángel Acebes. Sí, Rajoy quiere a Gallardón, el más progre de todo el PP, como número dos del partido. Lógico desde su punto de vista: los madrileños cada vez tienen peor opinión del alcalde de Madrid pero no ocurre así en el resto de España (quizás porque no le sufren) donde las encuestas le dan más popularidad que al propio Rajoy e incluso, a veces, más que al propio Presidente del Gobierno.

Eso sí, Rajoy cometió un gran error: se lo comunicó a Gallardón antes de poder acallar las voces críticas. En estos momentos, Gallardón ya se ha encargado de romper la confidencialidad.