No hay secreto que no venga a descubrirse...

Sí, el vicepresidente del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA), Jesús María Caínzos, y el consejero Gregorio Marañón (un hombre próximo a Jesús Polanco) no dimitieron de sus cargos: fueron despedidos por el presidente Francisco González. Tiempo atrás, cualquiera de los dos ceses, realizados con una diferencia de cuatro meses, habrían provocado un escándalo mayúsculo. Pero los tiempos han cambiado y la prensa especializada es mucho más seria y rigurosa. Es decir, que está mucho más domesticada.

Pues bien, oficialmente lo más que se ha llegado a admitir es la ironía de que "Caínzos cometió el error de tomarse en serio aquéllo de poner a los consejeros a trabajar".

Y trabajó. Por ejemplo, llamaba a despachar a los directivos, cosa que irrita profundamente a un hombre de la psicología de FG, que mantiene una cierta paranoia de gestión, siempre atento a quien pueda hacerle sombra.

Pero el punto de no retorno llegó el día en que Caínzos, muy amigo del consejero delegado de Santander Central Hispano (SCH), Alfredo Sáenz, empieza a considerar que el tamaño del BBVA  no es el adecuado para el siglo XXI, y se atreve a tomar la iniciativa en una serie de conversaciones que miran, aunque sea muy de lejos, hacia una fusión.

Y, miren por dónde, es justo en ese momento cuando se disparan en Madrid los rumores sobre una fusión entre BBVA y SCH, y donde todos los ratones de biblioteca y calculadora empieza a hacer números, y donde los expertos en libre concurrencia (consideramos que alguno debe haber) empiezan a hablar del "mercado de referencia europeo".

Desde el entorno de FG también se le acusa a Caínzos de haber mantenido diálogos (no negociaciones, oiga usted, sólo diálogos) con el Deutsche Bank, lo que habría precipitado la crisis.

Total, que FG, tras haberse cargado a todo directivo que pudiera hacerle sombra, a todos los consejeros del BBVA y al llamado "grupo de los ricos" (Entrecanales, Cortina, Koplowitz, etc), fulmina a su único posible sucesor. Ser consejero en BBVA es una profesión de alto riesgo. Ser directivo, sólo en el caso de haber cumplido los 52 años.

El caso de Gregorio Marañón es mucho más prosaico, pero mucho más ilustrativo. Un buen día, en una actitud que en FG ya es hábito, el presidente del BBVA pide a Gregorio Marañón que firme un papel que le ofrece, y que no hace falta que lo lea. Cuando el abogado inquiere por su contenido, FG le explica, con deliciosa simplicidad, que se trata de su sueldo (3,85 millones de euros al año más un fondo de pensiones de 28,8 millones). Gregorio Marañón le recuerda que es el consejero que preside la Comisión de Nombramientos y Retribuciones y que debería seguirse el procedimiento habitual. La cosa acaba en un sí-no, propia de la locuacidad del caso, y termina con la salida de Gregorio Marañón, consejero procedente de Argentaria y considerado un liberal de izquierdas muy al estilo de El País. Es decir, el tipo de persona que puede encantarle a Francisco González... siempre que no le discuta ni su autoridad ni su salario y jubilación.

Moraleja: nunca te creas los códigos de buen gobierno y, mucho menos, la Responsabilidad Social Corporativa. A fin de cuentas, la transparencia exige, en primer lugar, saber por qué razón entra la gente en la empresa. Y, en segundo lugar, y mucho más relevante, saber por qué sale.