De entrada hay que decir que le deseo lo mejor a El Economista. Uno siempre desea que sus amigos triunfen, y cuento con buenos amigos en el nuevo diario económico español. Además, los dos números que he visto resultan más que aceptables, y bastante atractivos. La información es buen, está bien documentada, y trata de conseguir la clave del periodismo actual, marcado por la saturación informativa: la exclusiva, es decir, la información diferenciada, es decir, la que realmente fastidia a los poderosos. Se nota cierta alegría en sus páginas, lo cual es algo digno de gratitud de nuestra prensa económica.

Pero vivimos en tiempos de pensamiento light, y El Economista no ha logrado sustraerse a tan lamentable práctica. Así, más que nada por obligación, nos habla de los Principios Fundacionales, una sección periodística que sólo aparece en un número, el primero, para, a partir de ese momento, llevar una vida sosegada o más bien aburrida. No hay temor: nadie volverá a consultarlos.

Pero, a pesar de la ausencia de riesgo, El Economista ha publicado diez puntos programáticos, flexibles, amplios, tan amplios como el firmamento. El primero anima a la libre iniciativa de los ciudadanos para crear una empresa. Muy fuerte, porque se supone que la alternativa consiste en prohibir al ciudadano poner en marcha una empresa, política cuyo precedente histórico está en la revolución Cultural. En segundo lugar, se apuesta por la economía del mercado, del que el principal exponente hoy es China. Terror: las empresas privadas son la clave de una economía de mercado. Bueno ya sabemos que El Economista no va a defender la empresa pública, por lo que le puede ocurrir como al centro político : hay atasco, porque todos confluyen en él.

En cuarto lugar, tenemos una píldora de progresismo : El Economista apuesta por la igualdad de la mujer en el mundo laboral y promete luchar contra la discriminación laboral por razón de sexo. Eso está muy bien, no debe haber otras discriminaciones que las naturales, pero se trata de una cuestión políticamente correcta que aporta más bien poco.

El Economista no discute los mercados financieros, por lo que se conforma con defender la transparencia, credibilidad y eficacia de la bolsa. Sería mucho más original que defendiera la opacidad, desprestigio e incompetencia de los tales mercados.

Defiende una política fiscal que minimice las cargas para el ciudadano. Eso sí es una propuesta interesante o al menos es una propuesta-, pero no acabo de ver cómo se conjuga con el otro del enunciado : El límite a la presión fiscal es el mantenimiento del Estado del Bienestar. Pues es un límite muy limitador.

También promueve el buen gobierno empresarial. Nadie está seguro de lo que significa eso, pero tendría su guasa que defendieran el mal gobierno de las empresas. En cualquier caso, el principio ético esgrimido vuelve a ser el de transparencia, virtud importante, sin duda, pero no única. Tanto hablamos de transparencia que recuerda aquello de si soy sincero, acabo de matar a mi madre Y su interlocutor sólo acertó a pensar que si además de sincero, no fuera un parricida, pues casi mejor.

El punto octavo nos promete que El Economista luchará por la modernización de patronales y sindicatos. Esto es importante porque ya sabemos algo más de lo que piensa El Economista. Sabemos, por ejemplo, de su convencimiento de que si patronales y sindicatos son modernos.

En el noveno se nos promete que el periódico no cederá a presiones -no especifica que las ejerza, pero se da por sobreentendido- de ninguna persona física (esto me sorprende), institución o grupo político o económico. Bien está oponerse a las presiones e incluso mejor resistirlas.

Se cierra la tabla de mandamientos con la libertad de expresión, entendida como la independencia de criterio de la Redacción dentro del los límites que establecen estos principios ideológicos. Hay que reconocer que el límite es amplio, lato, ancho e incuso vago, muy vago. Yo diría que cabe desde una llamada a la revolución o la defensa del militarismo. De hecho, creo que cabe todo. Hablamos de unos límites muy generosos.

Pero, sobre todo, este pensamiento light tiene algo de acomodaticio. Quiero decir que más que cambiar el mundo esos principios tienden a aceptarlo. Algo así como Esto es lo que hay y con estos bueyes hay que arar.

Y todo ello me preocupa aún más si consideramos que, justo al lado de los principios fundacionales se publicaba un artículo del director, Carlos Salas gran periodista, por otro lado- donde se nos predice lo siguiente: El escenario mundial va a estar protagonizado por grandes operaciones apoyadas por sumas fabulosas de dinero. Yo diría que el escenario que describe es pavoroso, un panorama donde la persona, la que no posee fabulosas sumas de dinero, queda preterida frente a las grandes instituciones que, por cierto dirigen, que no poseen, otras personas. Podríamos decir que el comunismo no logro terminar con la propiedad privada pero el capitalismo sí que amen con lograrlo, a costa de reducir los flujos monetarios de ahorro e inversión a través de enormes canales especialmente las instituciones de inversión colectiva y las haciendas públicas- dirigidos por una aristocracia que hace lo que le viene en gana con nuestro patrimonio, y al que sólo podemos pedir cuentas a posteriori, cuando ya es demasiado tarde. Es un mundo dirigido por unos pocos que toman decisiones por muchos. No es monarquía: es aristocracia, el peor de los sistemas políticos, económicos y sociales posibles.

Después de todo, no sé de qué me extraño : el pensamiento bajo en nicotina siempre ha conducido a la aristocracia, la cesión de derechos en manos de una clase dirigente, de lo más discreta y opaca (¿a cuántos gestores de fondos conoce usted?).

Y lo que más noqueado me ha dejad dice Carlos Salas que esas grandes operaciones terminarán con el provincianismo económico, más bien, con lo que acabarán será con la igualdad de oportunidades, porque aquello que no controlen (poseer ya prácticamente nadie) esas fabulosas sumas de dinero queda fuera de juego. O sea, muy igualitario.

Eulogio López