Cuento un hecho real, pero esta vez el protagonista soy yo. Iglesia del Buen Suceso, en la madrileña calle de Princesa.

Al terminar la misa de 11,00 el sacerdote solicita a los feligreses que no den limosna a los mendigos que piden a la puerta.

Me interesan sus palabras, porque es una duda metódica que siempre he tenido: ¿Conviene dar limosna quien tiende la mano? ¿Es culpable de su situación? ¿Es eficaz?

El sacerdote, curtido en años de experiencia, argumenta: el dinero que dan a esos mendigos tráiganlo a Caritas, porque aquí, en Caritas, sí sabemos quién lo necesita.

Y es que, como todos los curas, nuestro mosén se enfrenta a un exterior tomado por mendigos, algunos limosnean porque lo necesitan pero otros han hecho de la limosna su forma de vida. Luchan por ella como el yupi por la comisión y los altercados se suceden cada día.

La escena final termina por convencerme. Salgo y me encuentro a uno de los mendigos blasfemando contra esta puta iglesia, reviviendo ese espectáculo que siempre ha llamado atención: la de quien blasfema de la Iglesia y no sabe apartarse de ella porque confía en obtener algo de ella. Es la contradicción del menesteroso, muy similar a la habitual en el intelectual comecuras, el mismo que te asegura que la Iglesia es cosa del pasado pero se empeña en destruirla en presente rabioso no vaya ser que permanezca en el futuro. Era el mendigo con derecho a serlo, altivo, prepotente, injurioso, rabioso. ¿Fruto de su desesperación? Sí, pero me temo que responsable de su propia desesperación. La prueba es que conozco a muchos menesterosos no desesperados, convencidos de que la pobreza es una desgracia, no un mérito.

Al final casi acabo a tortas con el mendigo lo que, puedo asegurárselo, no resulta ni bello ni instructivo.

En efecto, el presbítero tenía toda la razón. Hay que canalizar la lucha contra la pobreza por los conductos establecidos. El dinero de las limosnas lo daré, a partir de ahora, a Caritas, Ayuda a la Iglesia Necesitada u otras asociaciones en las que confío. Sobre todo por eso: porque saben quién lo necesita y quién abusa de la buena fe ajena, que no deja de ser la clave para solventar la pobreza en el mundo. Bueno, y también por lo otro: porque no sólo de pan vive el hombre. Si se tratara de pan, los gobiernos que manejan el dinero de los demás, de todos los demás, siempre serán mucho más eficientes que la Iglesia.

Eulogio López

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