Sr. Director:

Mi hermana se llamaba Begoña. Era mi quinta y única hermana. Tenía 17 años menos que yo y nació gracias a que su embrión no fue seleccionado entre otros embriones hermanos como no apta para nacer.

Si por el contrario su embrión hubiese sido investigado y seleccionado en plan eugenésico, mi hermana no hubiera nacido. Soy bióloga, estoy en activo y sé de lo que hablo.

Estos días al leer la feliz noticia del nacimiento del bebé medicamento me he acordado de ella. Nació aún siendo mis padres perfectamente conscientes del riesgo que corrían teniendo a esa niña, debido a la edad de mi madre, ya mayor. Pero mis padres se querían mucho, y sabían que esa felicidad amorosa no podía terminar de otra manera.

Begoña, supuso al principio un gran desconcierto para todos. Efectivamente, nació con problemas sanguíneos, con problemas de integración cerebral, de coordinación nerviosa y de psicomotricidad que supusieron no pocas dificultades y aparentes fastidios. Viajes cansados en busca de centros especializados y tratamientos, sacrificios de caprichos y de tiempo, de gastos a veces necesarios, de tener que suplir horas de descanso por rehabilitaciones pesadas y duras....

Y ahora, que de nuevo pienso en ella, recuerdo esta época de mi adolescencia como un aparente sin vivir de mis padres, de lucha y más lucha por sacarla adelante pero nunca como unos años amargos sino todo lo contrario. Años en los que descubrí la generosidad de mis padres, en los que los lazos familiares se fortalecieron, en los que nadie se quejaba por carencias materiales, sin envidias, ni celos, ni egoísmos ni tonterías.... porque Begoña con su sonrisa agradecida nos embaucaba. Sus ojeras y carita melancólica reclamaba de todos cariño y necesidad, y nos forzaba a dar, a darle, a darnos. ¿Que tendría esa niña enferma que a todos nos ayudaba?

Y quiero hacer más extensiva esta pregunta, preguntarme y preguntaros: ¿qué puede aportarnos un niño enfermo? ¿Sirve para algo? ¿Compensa su enfermedad o es preferible que no viva?

Mi hermana, como cualquier niño que padece, nos dejó un tesoro de humanidad, una huella grande en el corazón, y una enseñanza de sensibilidad hacia los demás, en primer lugar hacia los  propios hermanos.

Nadie se ha olvidado de Begoña. Y, digo olvidado porque la vida de Begoña se acabó el día que cumplía su mayoría de edad. Se fueron las dos, mi madre y ella. Y esto también me hace pensar en las cosas que tiene esta vida. ¿Quién les iba a decir a todos aquellos que auguraban la ancianidad de mi hermana como desgraciada y solitaria, con hermanos ya de vida hecha y padres muy mayores.....? Cuánta palabrería perdida... porque el destino es el destino, las estrellas, las estrellas y la Providencia, la Providencia, y nadie se escapa a ella.

Mi hermana y mi madre murieron de la manera más inesperada. Nos dejaron las dos juntas en un accidente de tráfico. Mi hermana cumplía ese día su mayoría de edad. Decían sus profesores que moría en el momento adecuado, después de haber conseguido su cerebro un máximo de madurez. ¿Estaría este momento previsto? Porque cuántos planes idos a pique. Pienso, así mismo, que hay hechos que se nos escapan, que juegan con las ciencias y las tecnologías más exactas. Ni el nacer ni el morir dependen sólo de la biología.

La vida humana se mantiene también con otras fuerzas además de las energéticas. Vivimos de esperanzas, de sueños de paz, y anhelamos una felicidad perenne que parece que nunca llega del todo. No juguemos con esas fuerzas-reales aunque no sean físicas- que nos dirigen desde fuera.

Esperanza Eguia Padilla

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